jueves, 10 de diciembre de 2015

La voz de los muertos

Palabra de lector 12

Han pasado más de 3 mil años desde que Ender, el Genocida, destruyera la primera raza alienígena, los Insectores, y aunque salvara a la humanidad de su destrucción, cargará con el estigma de su crimen, liberando a los humanos, cual chivo expiatorio, de la parte de culpa que les corresponde. Son tres siglos también desde que se escribiera la Reina Colmena y el Hegemón, donde se explica quiénes eran los Insectores, la raza que casi destruye a la humanidad.

De las enseñanzas de ese libro surgen un grupo de hombres llamados los Portavoces de los muertos que, siguiendo los principios filosóficos del texto de la Reina colmena, viajan por los Cien mundos hablando en nombre de los muertos, como una especie de sacerdotes para quienes no creen en ningún dios pero sí en los valores de los seres humanos.
 Los portavoces pronuncian discursos tras la muerte de un individuo intentando hablar por ellos y calmar el mal que las acciones realizadas durante su vida pudieran haber causado en la comunidad. Este movimiento surge como consecuencia del exterminio de los insectores por Ender en la batalla final, conocida como el Juego de Ender, lo cual transforma el odio inicial contra esta raza, a una enorme pena y culpabilidad de la humanidad al haberla exterminado.

Ender, quien se considera responsable último del exterminio, se ve a sí mismo como portador de la mayor culpa, y por ello se esfuerza en hablar a favor de aquellos que difícilmente pueden aspirar al perdón (asesinos, por ejemplo). En la novela, los Portavoces de los Muertos son considerados como el equivalente de un clérigo o sacerdote de una religión tradicional.

Ahora, desde el planeta llamado Lusitania se ha pedido a uno de ellos para que hable en el nombre de un Xenólogo que ha muerto misteriosamente a manos de la tercera raza inteligente, los Cerdis. Y en el transcurso del viaje del planeta Trondheim, donde vive el más cercano Portavoz, se ha producido otra muerte. ¿Qué está pasando en la Colonia Lusitania? ¿Quién es este hombre que tan sólo al llegar pone de cabeza a esta sociedad? ¿Qué secretos viajan con él?

Ésta es la continuacion de la saga de El Juego de Ender, de Orson Scott Card: La voz de los muertos, publicada por ediciones B, en su interesante colección de Ciencia ficción. El autor, nacido en Washington en 1951, ha escrito numerosas novelas y diversas sagas como la El Retorno, Ender y, El Hacedor.

El texto que hoy nos ocupa es ganadora de los premios Nebula (1986) y Hugo (1987), algo así como el Nobel de la Ciencia ficcion y la fantasía, y es considerada, junto con el Juego de Ender, una de las novelas de este género más influyentes de los años 80.

La voz de los muertos y sus dos secuelas Ender el Xenocida e Hijos de la mente tienen un carácter más filosófico a diferencia de El Juego de Ender, que es una novela de corte épico y tratan de las difíciles relaciones entre los humanos y los Cerdis o Pequeninos (en portugués), y de los intentos de Ender por evitar que suceda otro xenocidio (después del que involuntariamente cometiera en las Guerras Insectoras).

El texto puede verse como un ejercicio antropológico: la labor y el compromiso que estos profesionales adquieren al entrar en contacto con sociedades distintas y la lucha por no “contaminarlas” con las ideas y tecnologías que les son ajenas. En fin, es un texto interesante, muy distinto a su predecesor y que en su momento, no le gustó a los fanáticos de Ender, pero que se ganó el aplauso unánime de la crítica por la profundidad del su discurso, demostrando que el autor aún tenía mucho que ofrecer a sus lectores. Servidos.
Foto: Elena Ariadna Cantarell










Cómo leer la Saga de Ender (orden cronológico)
Earth Unaware (Precuela)
Earth Afire
First Meetings
El juego de Ender
La sombra de Ender
Guerra de regalos
La sombra del Hegemón
Marionetas de la Sombra
La sombra del Gigante
Ender en el exilio
La voz de los muertos
Sombras en fuga
Ender el Xenocida
Hijos de la Mente
Shadows Alive (No disponible en español)


Scott Card, Orson, La voz de los muertos, Ediciones B, España, 527 pp., 2014. Traducción de Rafael Marín Trechera. Colección Nova.

martes, 24 de noviembre de 2015

¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?

Palabra de lector 11

Superficiales

Nos la vendieron como la panacea del nuevo siglo; nos dijeron que seríamos más inteligentes; que manejaríamos más información; que podríamos hacer varias tareas al mismo tiempo mientras navegábamos; que no habría límites en la cantidad de información al alcance de nuestros dedos; que seríamos una gran aldea global; que todos, hasta los tontos tendrían su pedacito de sabiduría. Cierto, todo ello es cierto, pero como en todo, no nos dejaron ver la letra chiquita, ni tampoco nos advirtieron sobre cuánto costaría.

Al parecer el costo ya es muy alto. Nos hemos convertido en sabios de la superficialidad, con masas enormes de sabios de la cultura de lo inútil, con filósofos de pacotilla, de consumidores de psicologías fast track y, tal vez lo más grave: de buzos de las profundidades del conocimiento hemos pasado a conductores de motos acuáticas de una inmensa superficialidad.

Eso es lo que advierte Nicholas Carr, escritor norteamericano que viene a poner los puntos sobre las íes. Con ejemplos prácticos nos muestra lo que en su momento ya alertaban otros como Giles Lipovetsky, en su muy amplia obra sobre la moda y los tiempos del consumismo hiperirracional y el hedonismo egoísta.

Somos los ignorantes ilustrados, los que creemos que la validez de una información depende de su ranking en los motores de búsqueda, sin pensar que cada vez que otorgamos un click lo encaramamos un escalon más sobre los “otros”. Aquí es donde el valor del contenido ya no es por la aportación de su autor, sino por la popularidad que detenta en el buscador de google o bing. En estos tiempos tiene más peso el contenido de Wikipedia, por ejemplo, que la obra de Herodoto.

Somos los esclavos de un círculo vicioso controlado por las empresas de internet, adictos a las distracciones de las páginas que consultamos, en las que creemos a pie juntillas y valoramos por la cantidad de enlaces-distractores que contienen. En resumen, el libro Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? es una advertencia sobre lo que hemos ganado a un alto costo frente a lo que hemos perdido de manera irremediable.

En el texto, el autor recurre a los estudios de la mente humana para explicar, desde las bases, los mecanismos que llevado a la transformación de la mente humana y cómo nos hemos convertido en otros, más informados pero menos creativos.

En tan solo veinte años –desde que Tim Berners-Lee escribiera el código para la World Wide Web–  dice el autor, la Web es hoy el medio de comunicación e información preferido de la sociedad. La magnitud de su uso no tiene precedentes, ni siquiera en los estándares de los medios de comunicación de masas del siglo XX, y el ámbito de su influencia es igualmente amplio. Por eleccion o necesidad, hemos abrazado su modo característicamente instantáneo de recopilar y dispersar información; hemos cambiado la inmediatez, la instanteanidad tan cara para los jóvenes de la actualidad, a costa de la reflexión profunda, de la contemplación, del proceso mental que lleva a la creación.

Una vez que nuestras mentes se colocan en este rompecabezas que es el contenido Web, las empresas mediáticas se adaptan a las nuevas expectativas de su público. Muchos productores están acortando sus contenidos para aumentar la atención del público, cada vez más reducida lo cual caracteriza a los consumidores en línea; así como para mejorar su clasificación en los motores de búsqueda.

You tube y otros servicios distribuyen fragmentos de televisión y cine. Extractos de programas de radio se ofrecen como podcast. Artículos de revistas y periódicos individualizados circulan por la red. Se muestran páginas de libros a través de Amazon.com. Los álbumes de música se diseccionan para verder las canciones individualmente a través de iTunes; incluso éstas se dividen en trozos para incrustarlos en los teléfonos móviles. Hay mucho que decir sobre lo que los economistas llaman “separacion” de los contenidos. Todo ello proporcionará a la gente más opciones y las liberará de compras no deseadas, pero también ilustra y refuerza los cambiantes patrones de consumo de información que promueve la Web. Y como dice el economista Tyler Cowen: “cuando el acceso a la información es fácil, tendemos a favorecer lo breve, lo lindo, lo deshilvanado.”

En conclusión, citando a diversos estudios, el autor afirma que los usuarios multitareas de internet son pasto de la irrelevancia, cualquier cosa los distrae. Al realizar simultáneamente varias tareas online (y es así como está diseñada la Web),  entrenamos nuestros cerebros para que presten atención a tonterías.

La web impone más presión a nuestra memoria de trabajo, no sólo desviando recursos de nuestras facultades de razonamiento superior, sino también obstruyendo la consolidación de la memoria y el desarrollo de esquemas a largo plazo; dejamos en manos de las bases de datos la tarea de recordar, desde una ruta en un mapa, hasta la fecha de tal o cual hecho. La Web pues es una tecnología del olvido. Por último, dice Carr: “cuanto más inteligente sea la computadora, más tonto será el usuario”.

Yo creo que hoy somos otros, aunque a mí en lo particular no me gusta ese “otros”. En fin, la tecnología es alienante pero la hemos hecho necesaria e imprescindible; hay que pagar ese peaje. En tanto, yo sigo prefiriendo un buen libro. Si lee el texto de Nicholas Carr, entenderá cabalmente porqué lo digo.

Carr, Nicholas, Superficiales, ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? México, Taurus, 340 pp., 2011. Traducción de Pedro Cifuentes, Colección Pensamiento.

viernes, 13 de noviembre de 2015

El libro de los seres alados

Palabra de lector 10

“Furfur es un poderoso conde infernal que comanda veintiséis legiones de demonios. Causa frecuentes tormentas y maremotos. Tiene la forma de un ciervo alado cuyo rabo es de fuego. De ordinario, responde con mentiras a las preguntas que se le dirigen a no ser que se le fuerce a entrar en un triángulo mágico; en cambio, si se logra que entre en éste, da, con voz áspera y malhumorada, una solución perfecta y verdadera a los problemas que se le plantean, por muy complicado que pudiera ser.”
J. Collin de Plancy, Dictionarie Infernal.

Ésta es una de las múltiples entradas del curioso y divertido libro titulado: “El libro de los seres alados”, seleccionado y escrito por Daniel Samoilovich y que resulta una verdadera joya tanto literaria como libro-objeto, pues no sólo cuenta con las más inverosímiles entradas, sino que su muy copiosa selección de textos e imágenes hará las delicias de los lectores que disfruten de este libro.

Aquí se le pasa revista a todo ser, real o imaginario que ha surcado los cielos y cuya única regla es que tenga algún tipo de ala, ya sea natural o mecánica. Se le define, se le describe o se cuenta sobre él en canciones poemas, citas, descripciones, acertijos y toda aquella herramienta literaria que nos permita conocer a estos personajes que pueblan el imaginario humano desde todos los rincones de nuestro planeta y desde los tiempos más remotos.

No se trata de una enciclopedia exhaustiva sobre el tema, sino una muestra muy agradable sobre muy diversos personajes. Se contabilizan doscientas cincuenta entradas, conformadas por textos que por alguna razón el autor consideró atractivos, no necesariamente de la misma extensión ni de interés académico o docto.

Así que aquí no falta el célebre cuervo de Poe, el ruiseñor de Keats, el olímpico cisne de Darío o la mariposa de Chuang-Tzé inmortalizada por Borges. “El Zis es un pájaro legendario sobre el cual hay gran número de extraños cuentos folclóricos. El pájaro Ziz es tan grande como el Leviatán. Sus tobillos están sobre la tierra y su cabeza, en el cielo, llega hasta el trono de Gloria, donde canta canciones a Dios. Actúa como un agitador de los vientos que surcan la tierra, desplegando alas y oscureciendo la luz del sol. Unos viajeros vieron una vez al pájaro Zis en un lago y creyeron que las aguas estaban bajas porque sólo cubrían los pies del pájaro. Quisieron bañarse, pero desistieron cuando, al tirar un hacha dentro del lago, comprobaron que tardaba siete años en llegar a lo más profundo. Un huevo de Ziz cayó en la tierra en una oportunidad y quebró trescientos árboles. El líquido del huevo roto inundó dieciséis ciudades. Cuando llegue el Mesías, la carne de Ziz será servida en el banquete de los justos.”

Y una más: “La hija de Apolonio, Phenomonoe, dice que el Halieto tiene dientes pero carece de lengua y es por tanto mudo; es la más negra de las águilas, y la de cola más larga. Tiene el instinto de romper el caparazón de las tortugas que se roba, dejándolas caer desde lo alto. Así causó la muerte del poeta Esquilo: a éste el oráculo le había predicho para ese día la caída de una casa sobre su cabeza, por lo cual salió de la ciudad y buscó la seguridad del cielo abierto, que le resultó fatal”.
Foto: Elena Ariadna Cantarell.
Cayo Julio Solino, Coletanea rerum memorabilia.

De esta manera, el libro, que comienza con la abeja y termina con el pájaro Zumaya, será un deleite para todo tipo de lectores, que poco a poco en sus ratos libres puede ir descubriendo los tesoros que guarda, pues la inmensa mayoría de las entradas son verdaderas joyas, ya sean en los textos como en las ilustraciones.

Usted encontrará al Atotolín, el Bacilisco, el Bifang, el Carancho, a diversos demonios, diablos, Dijiangs, dragones, el Murmur, el Pyrigonol, entre muchos otros. Hay que advertir que no se trata, en ningún momento, de esclarecer cuestiones controversiales de clasificaciones ornitológicas o de identificación y genealogías de dioses, mitos o demonios; sólo se consignan las cuestiones de este tipo cuando su propia exposición tiene un interés meramente literario.

Asimismo, y coherentemente con su carácter no enciclopédico, el texto no da más referencias cruzadas que las indispensables. Dicho lo cual, esperamos su arribo y consecuente disfrute de uno de esos libros que en sí mismo pueden definirse como hermosos, independientemente de las joyas que adornan la inmensa mayoría de sus páginas. Que se diviertan.

Samoilovich, Daniel, , 451 Editores, España, 365 pp., 2008. Selección de imágenes de Eduardo Stupía y el autor.

El libro de los seres alados

jueves, 5 de noviembre de 2015

El comerciante de perlas

Palabra de lector 9
Fenimore Cooper

Tres de sus personajes son más famosos que el autor, y muchísimas personas conocen la historia aunque no hayan leído ninguno de sus libros, gracias al cine. Pues díganme, ¿cuántos de ustedes no saben quién es Uncas, Ojo de Halcón y Chingachgook, el verdadero último mohicano?

Sí, se trata de James Fenimore Cooper, quien a pesar del enorme desprecio de los lectores de literatura "seria", es uno de los más grandes escritores norteamericanos del siglo XIX.

Cuando Fenimore Cooper publicó su obra más famosa, el Último mohicano en 1826, Estados Unidos sólo llevaba 50 años como país independiente. De hecho, no es sino hasta la aparición de la obra de este autor y de Washington Irving, que se puede hablar de una verdadera literatura norteamericana. De ahí que Cooper sea considerado el creador de la épica norteamericana, obra que busca dar a su país el fundamento mítico del que carecía en su condición de nación recién formada. Así, en sus novelas crea un héroe nacional de mil caras, ya fuese investido de colono, marinero, soldado o indígenas. Siempre basándose en dos valores que el autor considera fundamentales: la libertad y la democracia; basado todo ello en las teorías de Thomas Jefferson.
El escritor no busca el artificio o la originalidad literarias, sino que es un narrador guiado por el ideal patriótico y la búsqueda insaciable del equilibrio entre la democracia y aristocracia, tomando de esto último el ideal de la caballerosidad y el honor como premisas básicas del contrato social, de tal manera que coloca su obra en el ámbito del romanticismo que favorecía la exageración y promovía la casualidades propias del carácter épico.
 Cooper siente una enorme atracción por los héroes primitivos y “salvajes”, seres no contaminados por la cultura universal o al margen de las bajas pasiones de una era convulsionada por el reacomodo social, característico de una nación que surge a la historia.

Es quizás Walter Scott quien más influye en la obra de este escritor norteamericano, pero con un toque particular. Sus héroes no sólo serán blancos, sino que habrá indígenas que le permitirán americanizar su narrativa y que le granjearía gran popularidad en Europa.

Sus personajes son ágiles, astutos, conocedores de su entorno y seguros de sí mismos. Cooper ofrece al espíritu aventurero occidental todo un continente virgen para explorar y soñar cualquier tipo de utopías.

Fenimore Cooper se suma a los clásicos de la literatura norteamericana y marcará las pautas a seguir y los temas a desarrollar para los escritores que le sucedieron, como Edgar Alan Poe, Nathaniel Hawthorne, Herman Melville y Walt Whitamn, entre otros.
 La obra que hoy nos ocupa, El comerciante de perlas, publicado en 1869, es una novela típica del estilo Cooper. Llena de aventuras, de giros sorprendentes y ubicada en las salvajes laderas de la recién fundada ciudad de San Francisco, sacudida por la llamada fiebre del oro. Se trata de una historia de aventuras que se inicia en Panamá y culmina en la ciudad de los puentes colgantes.

Como suele suceder, los personajes son seres llenos de pasión, de fuerza y determinación, incluso los malvados no son cualquier raterillo, sino tienen un discurso perverso que reforzará aún más el triunfo del bien.

En este caso, nuestro héroe Eduardo Mercier, de origen francés, nos recuerda constantemente y de manera explícita a aquel otro héroe pero salido de la pluma de otro gran escritor (Alejandro Dumás), Edmundo Dantés, lo que nos deja muy claro el impacto que tuvo El Conde de Montecristo en el pensamiento de nuestro escritor.  Aunque en este caso el motor de la historia no es la venganza, sino la necesidad de que prevalezca  el bien. Sí, hay un enorme espacio para hacer justicia de muy diversas maneras, ya sea directamente de la mano de nuestro héroe o de terceros.

En definitiva es un texto que los mantendrá pegados a sus páginas; probablemente sean presa de la nostalgia y decidan releer, una vez más, la historia de Uncas y Carabina larga, tal y como le ha sucedido a este escribidor.

Una última cuestión. La versión a la que tuvimos acceso es una edición facsímil de la publicada de 1869, impresa en Paris y adquirida a través del servicio de librería de Amazon. De tal manera que algunas páginas no son muy claras; de hecho faltan las páginas 346 y 347. Para el precio que cobra esta empresa, por lo menos deberían tener la decencia de cuidar el producto que entregan, porque algo similar me sucedió con otra novela de Cooper, El colono americano y uno de Dumás, Bernardo. Lo peor es que todavía hay pendientes seis ediciones más de este tipo de libros, adquiridas con este distribuidor.

Cooper, James fenimore, El comerciante de perlas, novela americana, Librería de Rosa y Bouret, Paris, 360 pp., 1869.

Foto: Lorena Aguilar.



jueves, 29 de octubre de 2015

León Tolstoi, relatos


Palabra de lector 8


Dice mi madre, egresada de la carrera de letras en la UNAM, que quien no ha leído a los escritores rusos del siglo XIX, no conoce a cabalidad la literatura. Cuando uno se enfrenta a los textos de cualquiera de ellos, como Chejov, Dostoyevski, Gogol, Pisemski, Pushkin, Turguenév y Tolstoi, no queda más remedio que darle toda la razón.

Y es que leer a estos grandes maestros no sólo es sumergirse en las grandes pasiones humanas, sino también es reconocerles una capacidad única para describir los paisajes y el mundo de una era que estaba por fenecer: la de las grandes contradiciones del campo y la ciudad, que en la Rusia Zarista llega a niveles de crudeza tan estrujante que a veces resulta insoportable para los lectores sensibles.

Emergidos de una nación amante de las letras, principalmente de la poesía y la narrativa, los escritores de este periodo explotaron el romanticismo y el realismo como corrientes principales de sus obras. Ahí destacan los dos más grandes escritores de su tiempo: Fiodor Dostoyevski con Crímen y Castigo (1866) y Los hermanos Karamazov (1880), y León Tolstoi con Guerra y Paz (1863-1869) y Ana Karenina (1877). Pero para esta entrega nos concentraremos en otro tipo de obra de uno de ellos, Tolstoi: el relato.

Se trata de una hermosa edición de la editorial  Alba que presenta casi todos los cuentos escritos por Tolstoi a lo largo de su vida, con excepción de algunos por su larga extensión, como La muerte de Iván Illich, La mañana de un señor, y El billete falso o felicidad conyugal.

El autor nació en 1828, en Yasnaia Poliana, en la region de Tula, Rusia. Proveniente de una familia de la alta aristocracia, tuvo una juventud, digamos que algo disipada, la cual terminaría abruptamente cuando entró en contacto con sus siervos, en sus propiedades del campo ruso, al ver las condiciones tan terribles en las que sobrevivían los mujics (campesinos rusos).

Para Tolstoi, la literatura era el medio para exponer sus ideas; por eso en casi toda su obra aparecen personajes autobiográficos, y por ello es un narrador fascinante, predicador, moralista, pedagogo y a veces hasta un charlatán. Tal vez esa sea la razón por la que mucha gente se acerca a Tolstoi con sentimientos encontrados: se admira al artista pero se ponen barreras al predicador, y sin embargo resulta muy difícil separarlos. Pese a ello, es muy raro que un lector no sucumba ante el hechizo de sus textos.

León es un escritor cuyas tesis resultaban ser los ataques más sistemáticos y contundentes que en ese momento se hacían a la civilización occidental, a su hipocrecía, la inmoralidad y la criminalidad de las instituciones públicas y sus gobernantes. No teme condenar violentamente las transacciones basadas en el dinero, la violencia encubierta en las relaciones sociales y entre las naciones; tiene un claro rechazo de la propiedad privada sin llegar a las aún poco conocidas ideas comunistas, la injusticia en las relaciones entre clases sociales, así como la violencia y explotación contra los pobres y los campesinos.

Su obra se puede dividir en dos partes: una temprana, marcada por la crisis y la denuncia de las injusticias, y la otra basada en un cristianismo más cercano al pensamiento primitivo de los primeros cristianos y muy lejos de las iglesias y sus personajes (un ejemplo lo encontramos de manera humorística en el relato Los tres eremitas, 1885).

Los relatos de Tolstoi fueron concebidos de tal manera que cualquier hombre pudiera entenderlos y pueden llegar a ser, algunos de ellos,  reelaboraciones de leyendas o cuentos populares, casi siempre de temas campiranos, donde por lo general se ocupa de la revelación de la divinidad, de una experiencia mística.

Se dice que al final de su vida, Tolstoi le dijo a Máximo Gorki: “Los héroes son mentiras, invenciones. No hay más que personas, seres humanos; eso es todo.” En ese entonces estaba muy distanciado de su familia, por lo que decide abandonarla y esperar su muerte en un retiro, y escapa con su médico y discípulo Marivetski,  el 10 de Noviembre de 1910.

Sin embargo, cuatro días después sufre un ataque pulmonar por lo que encuentra refugio en la casa del jefe de estación de trenes, de Astapovo. Hasta allí llega su esposa Sofía para acompañarlo en sus últimos momentos; sin embargo ella no entra a la habitación hasta después de su deceso para no perturbar los últimos instantes del gran escritor, quien finalmente fallece el 20 de Noviembre de 1910.

Del presente volumen y sin el afán de influir en sus preferencias, me quedo con los siguientes relatos (en una selección harto difícil): Los tres eremitas, El diablo (1889-1899), Kornéi Vasiliev (1905), Amo y criado (1984-1895), El padre Sergio (1890-1898) y Cuánta tierra necesita un hombre (1885). Espero que lo disfruten como yo.

Tolstoi, León, Relatos, Alba editorial, España, 618 pp., 2006. Selección, introducción, traducción y notas de Víctor Gallego ballestero. Colección Maior, XXXIII.                        

miércoles, 14 de octubre de 2015

El fetichismo tecnológico, II.


La vida en presente ha reemplazado a las expectativas del futuro histórico y el hedonismo a las militancias políticas; la fiebre del confort ha sustituído a las pasiones nacionalistas y las diversiones a la revolución.
Apoyado en la nueva religión de las incesantes mejoras de las condiciones de vida , el vivir mejor está convertido en una pasión de masas, en el objetivo supremo de las sociedades democráticas, en un ideal proclamado a los cuatro vientos(Lipovetsky, 2006).
La dinámica de individualización de los productos sólo ha podido alcanzarse gracias a la alta tecnología basada en la microelectrónica y la informática. Las nuevas tecnologías industriales han permitido el florecimiento de una producción a medida de las masas, ya que consiste en ensamblar de manera individualizada módulos prefabricados. Ciertos servicios, por ejemplo, ofrecen 20,000 sonidos y logotipos destinados a personalizar los teléfonos móviles. Nos esforzamos por ser diferentes, para seguir iguales. Y las grandes empresas lo saben y lo explotan, nos ofrecen diferenciadores igualitarios y nos forman en los grandes ejercitos uniformados, donde peleamos por una diferenciación inalcanzable.
El consumo privatizado ha tomado el relevo del consumo honorífico en un sistema en que el comprador está cada vez más informado y es cada vez más infiel, reflexivo y “estético”. Vamos por lo más barato, por la comodidad de los establecimientos de conveniencia, dejamos morir las tradiciones del barrio, de la comunidad a cambio de la llamada modernidad, hemos pasado del parque al mall, del café entre amigos a Facebook, del chisme de boca en boca al twitter, seguimos siendo gregarios, pero ahora, gracias a la tecnologia, somos gregarios virtuales, controlables y manuipulables por los gobiernos y los grandes distribuidores de información que se empeñan en convencernos de que eso es información, es cultura, es conocimiento.
Poco a poco , el espíritu de consumo ha conseguido infiltrarse hasta en las relaciones con la familia y la religion, con la política y el sindicalismo, con la cultura y el tiempo disponible. Es como si, desde este momento, el consumo funcionara como un imperio sin tiempos muertos y contornos infinitos.
De ahí la condición profundamente paradógica del tecno-consumidor. De un lado se afirma como “consumactor”[1], informado y “libre”, que ve ampliarse su abanico de opciones, que consulta portales y comparadores de costos, aprovecha las ocasiones de comprar barato, se preocupa por optimizar las relaciones  calidad-precio.
Curioso desenlace para el individualismo proclamado este inevitable conformismo. Curiosa sociedad de la del conocimiento que sacrifica las enseñanzas de la historia y la geografía en beneficio del pensamiento correcto, uniforme y sin oposición, léase "Lo políticamente correcto". En definitiva, de lo que se trata no es tanto de reescribir y conformizar la historia como de prohibirla, y todo para que el movimiento de los pueblos, el juego de los intereses legítimos y de las diferencias irreductibles no vuelva a poner en marcha la historia que conduciría al despertar de las identidades colectivas y al deseo de comprender y jugar para actuar.
Ahora la historia se lee y se publica en pequeñas fichas, con aficionados cuyas fuentes de informacion son los mismos textos que circulan en la red, muchas veces sin fundamento, con fuentes de informacion dudosas, incompletas, sin un marco teórico que las avale y donde la solidés de los datos esta dada por la cantidad de clicks de “me gusta”. Historiadores, cientificos, filósofos, escritores, gurús, guías empresariales fast track, todos a la distancia de un click y la profundidad y certeza de un charco durante la primera lluvia de verano. Ahora, tiene más valor la wikipedia que Herodoto.
A fines del siglo pasado ya se hablaba de una sociedad  basada en la “revolución” de las tecnologias de la información y las comunicaciones, anunciaban el advenimiento de una sociedad de nuevo cuño; la sociedad de las redes y el capitalismo informático, que ocuparía el lugar del capitalismo de consumo (Lipovetsky, 2011).
Sin calcular el abismo de irrealidad en que arroja a sus víctimas, condicionados a preferir el mundo de su pantalla , a no conocer ya más exterioridad que lo virtual y el tiempo que necesitarán  para volver al mundo real, ese en el que se exacerban  las diferencias, ese en que el odio , el resentimiento y la violencia desempeñan el papel que siempre ha sido suyo, ese mundo de los renacimientos fecundos y de los nuevos comienzos radiantes.
Lo que está en marcha en el universo de los bienes materiales lo está también en la esfera de los servicios, como lo testifica el aumento de las politicas de segmentación de tarifas en los transportes o las telecomunicaciones, la multiplicación de las cadenas de televisión, la de edición de libros a la carta. Libros que está por demás objetar, basta con fijarse en la lista de autores y de temas para darse cuenta a dónde nos esta llevando esta nueva “culturización” de lo superfluo, de lo baladí, lo inútil, en nombre de la virtualización de la cultura en general, y de las humanidades y la literatura en lo particular.
La regla es cada vez más el pluriequipamiento que, en pocas palabras, ha generado prácticas de consumo más individualizadas y pautas de comportamiento basadas en el fast track.
El tecno-consumidor ya no está sólo deseoso de bienestar material: aparece como demandante exponencial de confort psquico, de armonía interior y plenitud subjetiva y de ello dan fe el florecimiento de las técnicas derivadas del desarrollo personal y el éxito de las doctrinas orientales, las nuevas espiritualidades, las las guías de la felicidad y la sabiduria. El materialismo de la primera sociedad del consumo ha pasado de moda: actualmente asistimos a la expansión del mercado del alma y su transformación del equilibrio y la autoestíma, mientras proliferan las farmacopeas y las filosofías de la felicidad. Todo, gracias a las bondades del internet.
El modelo aristocrático, que que caracterizaba los primeros tiempos de la moda, por ejemplo, se tambalea minado por razones hedonistas. Se extiende entonces a todas las capas sociales el gusto por las novedades, la promoción de lo superfluo y lo frívolo, el culto al desarrollo personal y al bienestar, suma y compendio de la ideología individualista hedonista.
La cuestión de la felicidad interios vuelve a estar “sobre la mesa”, convirtiéndose en un segmento comercial, en un objeto de marketing que el tecno-consumidor quiere tener a mano, sin esfuerzo, enseguida y por todos los medios.
Eso pasa, por ejemplo, con los libros de filosofías de  la felicidad, del éxito rápido, del pensamiento oriental occidentalizado y endulcorado de venta previsiblemente aseguradas que responden a preocupaciones personales y proponen recetas para alcanzar la felicidad. No es la pasión por el pensamiento lo que triunfa, sino la demanda de saberes y de informaciones inmediatamente operacionales.
Ya desde los años ochenta y sobre todo en los noventa apareció un resentimiento de segunda generación, sostenido por la globalización neoliberal y la revolución de las tecnologías de la informacion. Estas dos series de fenómenos se combinaron para “comprimir el tiempo-espacio”, para sobre exitar la lógica del tiempo breve. Por un lado, los medios electronicos e informáticos posibilitaron  las informaciones e intercambios en “tiempo real”, creando una sensación de simultaniedad e inmediatez que devalúa de manera creciente las formas de la espera y la lentitud.
De ahí que en todas las organizaciones, las expresiones clave son flexibilidad, rentabilidad, “justo a tiempo”, “cronocompetencia”, demora cero: orientaciones que dan testimonio de una modernización exasperada que vuelve a encerrar el tiempo en una lógica de urgencia y que han permeado en la sociedad, principalmente entre los jovenes que viven una realidad turboacelerada y consolidada a través de los dispositivos electrónicos y sus gadgets. Aunque la sociedad neoliberal e informatizada no ha creado la fiebre del presente, no hay duda de que la ha llevado a su apogeo transtornando las jerarquias temporales, intensificando sus deseos de liberarse de las coacciones del espacio-tiempo.
Y esto está relacionado con que, desde hace tiempo, la sociedad de consumo se anuncia bajo el signo del exceso de la profusión de las mercancías. La galaxia de internet y su diluvio de montañas digitales, millones de sitios, miles de millones de páginas y de caracteres que se multiplican  por dos cada año, mientras al mismo tiempo los estados utilizan millones de cámaras y medios electrónicos de vigilancia e identificación de los ciudadanos; para sustituir a la antigua sociedad disciplinario-totalitario, ya está en marcha la sociedad de la hipervigilancia del estado, el Big Brother, esta más vigente que nunca.
La cultura de la eficacia generalizada e ilimitada, ha invadido ya todo el planeta, no sólo universalizando el uso de las máquinas, sino también llevando a todas las culturas un estilo de vida, un modo de pensar, una forma de organizar el trabajo, la produccion, la educación. Ya no es posible otra orientación que la de la tecnificación exponencial, la utilzación óptima de los medios, la espiral de la alta tecnología. El sistema-técnica creado por occidente se impone en todo el mundo como un imperativo absoluto, el camino más sencillo para el desarrollo y la construcción del futuro.
Y para remediar los desaguisados de la técnica desenfrenada, sigue siendo la misma técnica la que se moviliza para construir un ecodesarrollo sostenible . La técnica no es ya una simple parte de la civilización, es la lógica organizadora de nuestras culturas y de todas las dimensiones de la vida, sea económica o social, cultural o individual. La técnica es más que la técnica: entraña una forma de ser y de pensar, que reestructura y reorienta todas las culturas del mundo. El universo de la técnica va mucho más allá del de las máquinas; se presenta como el lenguaje universal de la eficacia y como la utilería intelectual y cultural que posibilita el empleo de las técnicas.


[1] Tras el inicio de la década del 2000, asistimos a una nueva forma de hacer marketing. Importada de Estados Unidos, esta tendencia llamada marketing colaborativo o marketing participativo tiene por objetivo hacer que los consumidores participen activamente en la comunicación, el desarrollo o la promoción de una marca o producto. Hemos pasado de un marketing del producto a un marketing del consumidor. En: http://company.trnd.com/es/prensa/cobertura-de-medios/marketing-colaborativo-auge-consumactor

martes, 13 de octubre de 2015

El fetichismo tecnológico. Moda, cultura y consumo.

A partir de hoy, publicaremos un extracto del texto que se preparó para el Coloquio de Periodismo y Cultura, organizado por la FES Aragón, de la UNAM y que será parte de la introducción del libro: Historia de la computación en México, la era del Internet.


“Hay un cuadro de Paul Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece estar a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del angel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas.  Este huracán le empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”[1]
Ese progreso, del que habla Walter Benjamin, en la actualidad está íntimamente ligado a la idea de la tecnología. La percepcion del avance de la humanidad, desde la revolución idustrial se ha ligado irremediablemente con el del progreso y desde la segunda mitad del siglo pasado con la alta tecnología. No hay ámbito del quehacer humano que, de una u otra forma sea asociado a las computadoras y sus derivados.
 Y en esta nueva percepción, la creación de un nuevo personaje histórico, el del hiperconsumidor. Producto de una nueva cara del capitalismo y criado y alentado por las filosofías y las acciones del neoliberalismo globalizante que ha traido a la piedra de sacrificios, cual Ifigenia, al mismo ser humano, al mismo consumidor que se inmola en las propuestas de los grandes mercados y las ideas de las modas, los hedonismos y la felicidad. Hemos creado un nuevo fetiche: las Tecnologías de la Informacion y las comunicaciones.
En esta nueva era, el personaje del hiperconsumidor, como lo define Gilles Lipovetsky (Lipovetsky 2013), ya no está sólo deseoso de bienestar material, se convierte en un rabioso demandante de un confort exponencial, de un buscador incansable de la armonía interior y la plenitud subjetiva que se cristaliza en el florecimiento de las técnicas derivadas del desarrollo personal y el éxito de las doctrinas orientales, las nuevas espiritualidades, las guías de la felicidad y de la sabiduría. Todo ello adosado a una demanda enorme de los más modernos avances tecnológicos. Se puede meditar, ser vegetariano o comprometerse con el planeta, pero todo a través de la computadora, el internet  o una intensa comunicación vía la telefonía celular. Por lo que este hiperconsumidor se puede también definir como un tecno-consumidor.
La regla de los nuevos tiempos es cada vez más el multiequipamiento con complicados sistemas de alta fidelidad controlados por procesadores de última generación, cámaras fotográficas digitales, smartphones, computadoras, un macroequipamiento que, innegablemente, permite una relajación de los controles familiares, una mayor “independencia” de los jóvenes, más autonomía personal en lo cotidiano. En pocas palabras, prácticas de un consumismo altamente individualizado y tecnificado. Somos nostros, los únicos, los detentadores de una felicidad única, donde no es necesario el concurso de los otros, que han dejado de ser los próximos para convertirse en sombra y, en el mejor de los casos, en avatares virtuales que navegan, junto con nosotros en las sociedades artificiales de las redes, del ciberespacio.
En la actualidad los ideales de competición, iniciativa y autosuperación se imponen al parecer en este punto como normas generales de comportamiento, pues han conseguido penetrar y modificar las costumbres y los sueños. Las antiguas utopías están muertas, lo que “inflama”  la época es un estilo de existencia dominado por el “ganar”, el éxito, la competencia, el yo eficaz. Ser el mejor, sobresalir , superarse: es la sociedad democrática convertida a la religión del perfeccionismo, vector de una plenitud personal de masas. Somos una sociedad que esta a un click de la fama, de la popularidad. Hoy una foto, un pequeño texto, un video pueden ser la diferencia entre el anonimato y la gloria de tener miles y porqué no, millones de seguidores aunque en el fondo y no tan profundamente, sea tan insustancial como vanal. Aunque, hay que decirlo, hoy hay publico para todo y para todos.
Ha nacido una nueva modernidad que coincide con la “civilización del deseo, que se construyó durante la segunda mitad del siglo XX, y que se consolidó con la llegada de las computadoras personales y la ubicuidad del internet.
El siglo XXI trae su cauda de autismo, de analfabetismo funcional, de individualismo egoista, del sueño del newage y el sincretismo de las ideas cientificistas mezcladas con las supuestas sabidurías ancestrales. Se importan no las filosofías orientales, sino sus cáscaras para no indigestarnos de sabiduría,  para sólo empaparnos, no más tantito, de ritos y creencias deformadas.
Llegamos ansiosos de más y más tecnologías que nos cubran, que constituyan un muro de defensa ante una realidad abrumadora y decepcionante. La tecnología pues, se convierte definitivamente en el paliativo social por excelencia, pues todo se pretende resolver a través de ella, es la varita mágica con la que resolveremos nuestra falta de competitividad, nuestro rezago educativo, la falta de empleos bien remunerados y nuestro exilio en los grandes mercados, para ser un gran jugador en la maquila y, por qué no, en el consumo de una droga que se inyecta a través de la pantalla de cristal líquido. Se nos atasca de movilidad, ubiciudad, productividad más allá del trabajo, de la localización a cualquier hora, en cualquier lugar. Se nos enseña que podemos tener toda la información al alcance de los dedos y eso nos hace poderosos, funcionales y productivos, si ¿pero a qué costo? Fácil, hemos destruído el tejido familiar, el social y el comunitario, a cambio de ir en pos de lo que las grandes corporaciones nos han vendido: productividad, velocidad, ubicuidad.
Los gobiernos en turno ponen sus esperanzas en la tecnología avanzada, que se sigue adquiriendo a través de la corrupción, del chayo, del embute, del amiguismo, del compadrazgo. Adquiérase, pero no se use, sigue siendo la consigna, porque pensamos que esa es la regla de la modernidad.
Este es, pues, el reino del cómputo personal y del internet.
Esta revolución es inseparable de las últimas orientaciones del capitalismo dedicado a la estimulacion perpetua de la demanda, a la comercialización y multiplicacion infinita de las necesidades: el capitalismo del consumo ha ocupado el lugar de la economía de producción. En el curso de unos decenios, la sociedad opulenta ha trastocado los estilos de vida y las costumbres, ha puesto en marcha una nueva jerarquía de objetivos y una nueva forma de relacionarse con las cosas y con el tiempo, con uno mismo y con los demás.


[1] Walter Benjamin, Tesis de la filosofía de la historia, En: Samoilovich, Daniel, El libro de los seres alados, 451 editores, España, 365 pp., 2008.

viernes, 9 de octubre de 2015

La medida de todas las cosas


Palabra de lector 7

Dice Flavio Josefo, judio converso y originario de una familia sacerdotal de Jerusalén, que fue Caín, hijo de Adán y Eva, quien después de haberle dado mate a su carnal Abel, cometió muchos otros actos abominables, como el haber inventado las pesas y las medidas. “Transformó aquella inocente y noble naturalidad con que vivía la gente mientras las desconocía, en una vida plena de estafas”[1].
 Esta idea de la mentalidad primitiva, retratada en esta tradición bíblica, nos muestra que la medida se confunde con la estafa y es el símbolo de la pérdida de la felicidad idílica del hombre primitivo, es decir, proviene directamente del pecado original.

 La historia de cómo se crearon diferentes formas de medir y de pesar es harto interesante. Baste decir que era una prerrogativa de los reyes, de los señores, quienes servían de parámetro para saber cuánto debía medir, contener y pesar  el codo, el pie, el palmo, la libra, el galón y todo aquello que sirvió para darle certidumbre al intercambio comercial, darle sentido a los trazos y las construcciones, en fin a todo aquello que requiriese ser medido.

Foto: Aquiles Alexei Cantarell B.
 No es sino hasta finales del siglo XVIII (1792), cuando en Francia se propone realizar un esfuerzo único de abandonar al hombre como la medida de todas las cosas y trasladar ese derecho a la naturaleza misma. Crear una  medida que se basara en las dimensiones de la  tierra, en la longitud de uno de sus meridianos, curiosamente aquel que pasaba por la ciudad de Paris y también por Barcelona. Una medida eterna basada en el objeto eterno: la Tierra.

 En una iniciativa de la Real Academia de Ciencias del antiguo Régimen y a las puertas del caos de la Revolución Francesa, es que se decide realizar tan titánica obra, aplaudida, en un principio, por todas las naciones del mundo.

La medida, que en adelante se conocerá como Metro, es el esfuerzo inmenso de unificar todas las diferencias existentes --no sólo en Francia sino alrededor del orbe-- sobre cualquier cantidad de pesos y medidas que tradicionalmente se reflejaban en una vara, un pedazo de hierro, un recipiente o una pesa.

 Antes, tales medidas se otorgaban por los señores feudales, reyes y emperadores, y que a fuerza de largas y viejas tradiciones eran utilizados en cada país, feudo, condado, ciudad y pueblo del mundo. Lo terrible es que cada una variaba de un pueblo a otro, o estaban determinadas por el clima, la estación, el tiempo o muy diversos factores; aunque colgaran de la puerta de las iglesias, los cabildos o las casas de gobierno a “cobijo” de las inclemencias del clima y de la chusma.

 Por tanto, la idea de generar una medida única y global, basada en la diezmillonésima parte de la distancia del Polo al Ecuador, era novedosa, brillante y revolucionaria. De ahí que, gracias al trabajo de Ken Alder, autor de “La medida de todas las cosas”, nos enfrentemos con un maravilloso libro de historia que más que parecer una obra encuadrada en la Historia de las mentalidades, sería mejor ubicarla como una novela histórica, con todos sus elementos.

El autor nos traslada de nueva cuenta a una epopeya llena de dramatismo histórico y vivencial, pues los sabios (aún no considerados científicos en su época) no sólo deben enfrentar el reto físico de medir la distancia que hay de París a Barcelona, con todo lo que ello implica, cruzando montañas, enfrentando pueblos ignorantes, violentos y campos de batalla… sino que deben enfrentarlo en plena efervescencia entre el fin del Antiguo Régimen y la violenta Revolución que convierte a los habitantes de aquella Francia sumida en la pobreza, en un país donde el nuevo ciudadano sospecha de todo, duda de todo y cuya solución es simple: la guillotina.

 De esta manera, el autor sigue paso a paso la aventura de Pierre-François-André Méchain, famoso por la gran cantidad de estrellas y galaxias que descubrió a lo largo de su vida, y de Jean-Bptiste-Joseph Delambre. Ambos sabios reconocidos pero con personalidades totalmente divergentes que marcarán cada uno, con suficiente peso, el camino de esta historia.

 Por si esto no fuera suficiente, hay un factor crucial en esta gesta que pareciera diseñada y escrita por Julio Verne o Conan Doyle. La medida que en la actualidad conocemos como metro contiene un error, un error que se trató de ocultar, resolver y paliar. ¿Quién fue el culpable y cómo se resolvió si es que se logró resolver? Eso sólo lo sabrán quienes se  atrevan a sumergirse en la lectura de este emocionante libro.



Servidos.



Alder, Ken, La medida de todas las cosas, Colombia, Taurus, 494 p. 2003. Traducción de José Manuel Álvarez Flórez. Colección: Taurus Historia.



[1] Flavio Josefo, Antigüedades judías, 1, 2.2.

martes, 22 de septiembre de 2015

Kafka en la orilla

Palabra de Lector 6

Las historias. Las narraciones se construyen con los mitos. A veces son tan evidentes y ocultas, como lo quiera o pueda su creador. Las historias nos llevan a los viajes iniciáticos, a las pruebas mágicas o al enfrentamiento de los tabúes. Todo al criterio y gusto de quien suma las letras que conforman un texto y, a veces, el lector no se da cuenta de que lo que está leyendo es un viaje iniciático, su propio viaje iniciático.

Había pensado comenzar este texto hablando del gran pecado de Haruki Murakami, de la animadversión que muchos lectores intelectualizados y no tanto tienen ante su obra, lo cual lo ha convertido en un escritor de culto y, al mismo tiempo, lo alejará definitivamente de la posibilidad de ganar alguna vez el Premio Nobel de Literatura. Al menos así lo ve este tecleador.

Por alguna razón que no hemos reflexionado, la novela Kafka en la orilla, de este autor japonés, se mantuvo en los pendientes durante mucho tiempo, pese a que tiene ya un rato (publicada originalmente en 2002, en español en 2006 y considerada la mejor novela del año en 2005, por New York Times) y se convirtió, repito, sin querer en la penúltima obra de Murakami en leerse por quien esto escribe (sólo falta Hombres sin mujeres, que próximamente será consumida y las ya anunicadas pero aun no disponibles: Escucha la canción del viento y Pimball 1973, las primeras que escribió Murakami y apenas traducidas al idioma de Cervantes). Y resultó justa la espera.

Se trata pues de una obra construida sobre los grandes temas de la mitología clásica griega, pero ubicada y elaborada con la vestimenta del mundo oriental. Una treta que suele ser recurrente en Murakami y que reivindica, aunque a muchos no les guste, esta idea oriental de la convivencia de lo mágico, de lo espiritual con la vida cotidiana de los orientales.  Murakami es por ello, un escritor que raya en el realismo mágico y la ciencia ficción en todas sus novelas, y Kafka en la orilla no es la excepción.

Cómo decíamos, se trata de una novela escrita en dos escenarios. En uno de ellos se encuentra Kafka Tamura, un adolescente que huye del hogar, ahogado por el enorme peso de una profecía que ingenuamente y a toda costa pretende evitar. Por el otro conocemos a Satoru Nakata, un instrumento del destino cuya senda parece estar condenada a cruzarse con la del joven adolescente. Así, mientras uno se resiste a cumplir con su sino, el otro simplemente se deja llevar y obedece a pie juntillas las pautas que debe cubrir en este camino, con un destino trazado e inevitable. A uno se le da el potencial físico, al otro la cuestión sensorial, el ámbito de los espíritus.

Cada uno de ellos, como en las gestas griegas, se les asignan compañeros de travesía variopintos, únicos, desconcertantes pero imprescindibles para cumplir la trama. De esta manera, Johnnie Walker y el “Coronel” Sanders tienen cabida en la historia; ambos conceptos que nos remiten a las sombras que pueblan aquella hermosísima cinta de Hayao Miyasaki, “El viaje de Chihiro” y otras más. Así, las piezas de la trama se van acomodando exactamente y tal como mandan los cánones de la mitología griega.

El autor logra ir armando una serie de eventos y situaciones que obligan al lector a avanzar un poco más, para ver qué pasa cada vez que toma el libro en manos. Si bien no consideramos que sea una de las más importantes obras de este autor japonés, sí estamos convencidos de que es un excelente ejemplo del uso de sus conocimientos sobre la literatura de la Grecia clásica y un excelente ejercicio para ver qué tan duchos resultamos al identificar éste o aquel mito del cual se echa mano.

Sea pues ésta una lectura interesante de tan polémico escritor que seguramente sueña, desde la playa, no en ELLA sino en la imposibilidad de obtener el Nobel a causa de su fama.

Murakami, Haruki, Kafka en la orilla, Tusquets, México, pp. 714, 2008. Traducción de Lourdes Porta. Colección Maxi.

sábado, 29 de agosto de 2015

Voy como simple marinero… Relatos cortos de Herman Melville

Palabra de lector 5

El siguiente texto fue publicado por el portal Otro ángulo. http://www.otroangulo.info/sin-categoria/voy-como-simple-marinero-cuentos-de-melville/

La primera vez que tuve contacto con Herman Melville fue alrededor de los 11 años, en una edición juvenil (de Grolier, la Biblioteca juvenil que mi padre nos había regalado) de su gran obra Moby Dick o la Ballena blanca (que no era ballena, sino cachalote).
Él decía “llámenme Ismael” y a los dos nos llamaba el mar. A él en sus largos viajes sobre diferentes tipos de naves acuáticas, y a este escribidor en los paseos a bordo de los barcos camaroneros donde mi abuelo era maquinista, de donde emergen mis primeros recuerdos… Cuando salir al patio de la casa de los viejos significaba toparse con el mar, porque estaba ahí, a un paso de una casa terriblemente humilde, construida en la estrecha playa frente al panteón de Campeche…
Hay tal vez dos formas de entender a Herman Melville: como marino y como periodista. Porque la visión y capacidad descriptiva es quizá la riqueza más importante de su obra; su forma de abordar la narración de los cuentos (anécdotas auténticas del viejo Zack) y su amor y conocimiento profundo sobre la vida del mar, experiencia que serviría para vestir y darle vida a sus más grandes obras y tema en el que incluso alcanzaría el pináculo de su creación, con Moby Dick, El estafador y sus disfraces, Benito Cereno y su obra póstuma Billy Budd marinero.
Melville no sólo demuestra una enorme capacidad para describir el entorno de sus relatos, sino que deshoja pacientemente las capas que ocultan las verdaderas almas de todos sus personajes; basta ver la inocencia de Billy Budd o los pensamientos que atormentan los sentimientos de Ismael.
Al mismo tiempo no duda en demostrarnos que posee una enorme cultura universal, pese a no haber tenido la oportunidad de contar con estudios superiores formales, debido a la muerte prematura de su padre; tiene un hambre insaciable por la lectura y lo mismo lee de filosofía, de poesía, de historia y, por supuesto, grandes cantidades de literatura de todos los tiempos y autores.
Hay que recordar que este enorme escritor norteamericano, nacido el 1 de agosto de 1819 en Nueva York, no consiguió en vida ni fama ni fortuna. Muchos de sus relatos se publicaron de manera anónima, como sería el caso de El pudin del pobre y las migajas del rico, El paraíso de los solteros y el Tártaro de las doncellas. Y mucho otros más, no se sabe cuántos, están perdidos para siempre porque no fueron del agrado de los editores o porque su autor no los consideró suficientemente buenos para las exigencias del público lector.
Incluso su obra más conocida y referenciada, Moby Dick fue un rotundo fracaso, no sólo porque su apabullante cantidad de datos enciclopédicos sobre la pesca ballenera del siglo XIX resultaba harto chocante a los lectores, tal vez acostumbrados a lecturas más “ligeras”, sino porque la obra en su primera edición británica, la de octubre de 1851, fue una auténtica chapuza. Tuvo tan mala suerte que se lanzó al mercado en una emisión donde además de eliminar treinta y cinco pasajes cruciales para “no ofender delicadas sensibilidades políticas y morales”, se omitió por accidente el epílogo, por lo que a los lectores les llegó una historia con un narrador en primera persona que aparentemente no sobrevivió para contarla, lo que les provocó desconcierto y enojo.
Pero para quienes disfrutamos y somos fanáticos de Melville en este nuevo siglo, sus relatos se han recopilado recientemente en una edición de Alba Editores, bajo el título de Cuentos completos de Herman Melville, aunque en esta edición no se incluye Bartleby el escribiente, por no ser considerado un cuento en el sentido estricto.
Melville es el primer escritor estadounidense que niega el optimismo sobre el que se funda la idea de Norteamérica. Pone el dedo flamígero en el exceso de confianza, el poder sin responsabilidades, el orgullo cegador y la idea positiva sobre la que se teje el ideal americano; es pues, una piedra en el zapato.
Dicen los que saben que esta percepción melvilleana de los extremos peligrosos del individualismo maniqueo, gnóstico y prometeico (idea que tienen de sí mismos los estadounidenses), sólo tiene parangón en la obra de Fiodor Dostoyevski, Crimen y castigo (¿existe una analogía en lo que esconde Ahab y su ballena blanca?).
Acercarse a la obra de este autor norteamericano puede ser una tarea ardua y a veces conflictiva. No es un escritor condescendiente, es más bien un peleador callejero que denuncia los vicios y las injusticas humanas; es incómodo y difícil, pero también es uno de esos escritores referenciales de quien todos hablan aunque no conozcan su obra. Es aquel que cuando se suelta la frase “llámenme Ismael”, todo mundo sabe a qué marino y a qué ballena se refieren, aunque en su vida hayan leído el texto pero sí, tal vez, hayan visto la película, de la cual hay 10 adaptaciones según afirma la Wikipedia.

domingo, 23 de agosto de 2015

Kim o el gran juego, un acercamiento a Rudyard Kipling


Palabra de lector 4

A riesgo de cometer una barbaridad, podríamos decir que Kim es la contraparte de Mowgli (El libro de la Selva). Este último, hijo adoptivo de la selva y de los lobos, y aquel otro, el que nos ocupa, hijo de la ciudad y de lo urbano, cuya madre adoptiva resulta ser una sociedad variopinta y compleja como lo es la India del siglo XIX. Para muchos se trata de la historia más madura de este escritor de origen inglés, pero nacido en la India (Bombay, 1865- Londres, 1936).
Como se darán cuenta, no podemos evitar el comparar a nuestros escritores favoritos, así que podemos decir que Kipling sólo puede equiparase con Joseph Conrad en cuanto a la descripción con tanto ardor de la experiencia del Imperio. Ambos fueron capaces de brindar el encanto de las imágenes y la sensualidad de aquellas tierras que muchos de su coetaneos jamás podrían visitar. Los dos solían vestir, con sensual encanto, la campaña británica en el extranjero, además de sufrir con los problemas tradicionales de la domesticidad y los amores románticos.
En la novela que nos ocupa, Kim, por ejemplo, los Sahib (hombres blancos) aparecen casi como seres bondadosos, sabios y más allá de cualquier contradicción. Parecen encajar en un mundo idílico, donde el imperialismo es visto como una bendición para el escritor y sus lectores. A lo largo de su obra, Kipling no parece distinguir ninguna contradicción entre la realidad de los países colonizados --en su caso la India-- y la brutalidad del capitalismo imperialista, que presentaría su peor cara en la aventura del Congo a cargo del gobierno Belga.
La contradicción, en todo caso, viene de la mentira que anida en los hombres. Ni aun en el caso de Kim podemos atisbar una lucha ideológica entre las diferentes fuerzas en disputa, sino una lejana idea de que el mal está por ahí, en algún lugar, lejos de nuestro universo; y en el caso de que dicha maldad nos alcance será a través de los personajes encarnados por los espías extranjeros, los rusos, quienes tienen el derecho y la oportunidad de redimirse en el mundo que habita un niño de origen irlandés, criado por la cultura hindú, quien coquetea y acepta tácitamente las ideas muslmanas y quien se convierte en el guía-aprendíz (Chela) de un santo budista.
Apuntemos que cuando Kipling debe viajar a Inglaterra y debe enfrentarse a la disciplina escolar en aquella patria, queda marcado definitivamente a través de su trato con una tal señora Holloway de Southse. Relación que resultaría tan traumática que fue tema constante de inspitación en su obra: la relación entre la juventud y la autoridad hostil.
Para Kipling y su obra, el mundo es un universo de hombres. El hecho de que las mujeres acosen a Kim cuando crece, no es mnico﷽﷽﷽﷽﷽﷽ como parte del IMperio personajes de Kim, Creighton, Mahbub, el babu e incluso el Lama ven la India como la veon un más que una enorme dificultad para participar en el Gran Juego, la otra parte del drama de esta historia, aunque no la más importante.
Así que además de encontrarnos con un mundo masculino dominado por los viajes, el comercio, la aventura y la intriga, también nos topamos con un escenario célibe, donde el romanticismo común de la ficción y su consecuencia lógica, el matrimonio, son evitados, engañados o prácticamente ignorados.
Creemos que es válido leer a Kim como una de las más grandes novelas de la literatura universal, (no por algo recibió el premio Nobel de lietratura en 1907) al margen de su carga de circunstancias políticas e históricas. De todas formas no podemos olvidar sus conexiones con la realidad de su tiempo y que Kipling observó con tanto cuidado. Sin duda, los personajes de Kim, Creighton, Mahbub, el babu e incluso el Lama ven la India como la veía Kipling: parte del Imperio Británico, un mundo en conflicto que Kipling jamás percibió, simple y llanamente porque nunca ¡lo vio!; para él no existía tal conflicto.
No podemos leer Kim como un relato de aventuras de un muchacho, o como una descripción detalladísima de la vida de la India; de hacerlo así entonces no disfrutaremos la novela que Kipling escribió en realidad. Kim es una contribución fundamental a esa orientalización de la India de la imaginación, y también lo es a eso que los historiadores llamamos la “invención de la tradición”.
Que lo disfruten.

Kipling, Rudyard, Kim, Ramdom House Mondadori, España, 445 pp., 2006. Traducción de Verónica Canales. Colección Grandes Clásicos.

martes, 11 de agosto de 2015

La utopía digital





Palabra de lector 3

Durante décadas, los optimistas de la tecnología nos han vendido conciente y machaconamente un paraíso llamado Tecnoland. Lugar donde sólo a través de los programas y los fierros de alta tecnología podremos ser felices y libres.
A lo largo de más de 30 años como periodista especializado en temas de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones, nunca he escuchado ni la más mínima frase crítica sobre la tecnología. Tanto los fabricantes como sus comercializadores suelen tener una visión utilitariamente positiva sobre su actividad, su mercado y su futuro.
Ese futuro que en realidad es una ciberutopía y, en su peor escenario, un enorme ciberfetichismo que está dando al traste al tejido social y a la lucha en pos de sociedades más justas para con los que menos tienen. El optimista tecnológico está convencido de que la revolución y el cambio está a un click de distancia, sólo es cuestión de creer en ello y utilizar adecuadamente los dispositivos tecnológicos.
En su libro, Sociofobia: el cambio político en la era de la utopía digital, César Rendueles (Girona, 1975) nos llama la atención sobre este delicado tema que molestará, seguramente, a los optimistas tecnológicos, quienes empujan voluntaria o involuntariamente estos mercados valuados en miles y miles de millones de dólares.
Para el autor y para quien esto escribe, la postmodernidad acelera el movimiento de destrucción de los vínculos sociales tradicionales, tales como las historias laborales, las relaciones afectivas o las lealtades políticas. A cambio, nos ofrece una supuesta nueva forma de sociabilidad basada en las crecientes redes de contactos entre sujetos frágiles, nodos tenues pero tupidos y conectados a la aparatosa ortopedia tecnológica. Ahora se tiende a hablar de las relaciones colectivas en razón de las redes sociales virtuales, y a partir de ese tamiz se miden los acontecimientos políticos, económicos o demográficos, las creaciones culturales, etcétera. Hoy los “críticos” literarios y del arte que pululan en las redes, tienen un enorme poder a través de un click sin necesidad de poseer una preparación adecuada y necesaria. La cultura y sus críticos pasan hoy por la supercarretera del fast track.
No nos sentimos, dice Rendueles, interpelados por el doble fracaso del hipercapitalismo en el tercer mundo, porque simple y llanamente nuestras sociedades se piensan a sí mismas como un tejido reticular, al mismo tiempo sutil y denso, con vínculos sociales cuya fragilidad queda compensada por su abundancia. Internet hace  realidad la utopía sociológica del comunismo: un delicado equilibrio de libertad individual y calidez comunitaria, o al menos el espejismo que nos pueden proporcionar facebook y Google.
El Ciberutopismo es pues una forma de auto engaño. Nos impide entender que las principales limitaciones a la solidaridad y la fraternidad son la desigualdad y la mercantilización.
Dice el autor: “Pienso que Internet no es un sofisticado laboratorio donde se está experimentando con delicadas cepas de comunidad futura. Más bien es un zoológico en ruinas donde se conservan deslustrados los viejos problemas que aún nos acosan, aunque prefiramos no verlos.”Para los optimistas tecnológicos, no es necesario que se den cambios políticos importantes para maximizar la utilidad social de la tecnología. Al contrario, para ellos la tecnología tiene el potencial para rebasar los mecanismos tradicionales de organización y es, al mismo tiempo, una fuente automática de transformaciones sociales liberadoras. Una idea que tiene sus orígenes en la zona de Silicon Valley, donde se cree que las relaciones entre los artefactos no sólo están sentando las bases materiales para una reorganización social más justa y próspera, sino también produciendo esas mismas transformaciones. A falta de argumentos, su discurso se basa enla idea de que el peso social de estos trastos y sus usos, emanan una influencia “mágica” per se.
Tal vez se crea que internet es la realización misma de la esfera pública. Pero de ser así, tendríamos que aceptar que el objetivo de la sociedad civil es el porno y los videos de gatos y perros. No es anecdótico, las pruebas empíricas sugieren sistemáticamente que internet limita la cooperación, la participacion ciudadana y la crítica política; no las impulsa y, si no lo cree, sólo revise el contenido de su muro en Facebook.
Así, la participación en el entorno tecnológico es el vector que unifica la plasticidad extrema de nuestra propia identidad personal. Dicho de otra manera: miembros de facebook, uníos… para ser miembros de facebook.
Para concluir. Internet es la utopía postpolítica por autonomacia. “Se basa en la fantasía de que hemos dejado atrás los grandes conflictos del siglo XX. Y sus navegantes se imaginan que los cambios culturales y simbólicos nos alejan del craso individualismo liberal, donde el interés egoísta en su sentido más grosero era el motor del cambio social. Se imaginan un mundo lleno de emprendedores celosos de su individualidad, pero creativos y socialmente concientes. Donde el conocimiento será el principal valor de una economía competitiva pero limpia e inmaterial. Donde los nuevos líderes económicos estarán más interesados por el surf que por los yates, por las magdalenas caseras que por el caviar, por los coches híbridos que por los deportivos, por el café de cultivo ecológico que por Dom Perignon.”
Internet y sus aplaudidores de la tecnoutopía no son más que una cortina de humo, un bálsamo de irrealidad para una herencia histórica insoportable, donde la consistencia de la realidad parece violentamente excesiva. “La razón de la marcha ya no atruena, como dice el verso de La Internacional: ahora es una suave y trivial música ambiental que fluye a través de los auriculares de nuestros iPods.”
Este medioambiente del hiperconsumismo ciberfetichista nos somete a una presión brutal en sentido contrario: teclear ciento cuarenta caracteres vestidos como payasos con ropa de marca es la nueva frontera de la banalidad.

Rendueles, César, Sociofobia, el cambio político en la era de la utopía digital, Editorial Capitán Swing, España, 196 pp., 2013.

jueves, 30 de julio de 2015

El caballero de los siete reinos. Para calmar las ansias.



Palabra de lector 2

Una pequeña parte de esta nueva-vieja saga de George R.R. Martin, nueva porque apenas se comienza a publicar en español, y vieja porque se refiere a la historia 100 años antes del Juego de Tronos, ya se había publicado en otro libro, bajo el sello de la Factoría de ideas, con el nombre de La espada leal.
Si bien es anunciada en dicha edición como una novela, en realidad se trata de un relato que forma parte de los tres que conforman el libro que nos  ocupa. Hay que decir que en la edicion de la Factoría se incluyen otros trabajos de Robin Hobb, Orson Scott Card y Neil Gaiman, que hacen de este volumen una edición muy atractiva para los lectores de este género o subgénero, según sea usted de purista en esto de las categorías literarias.
Pero entremos en materia. El caballero de los siete reinos es el primero de tres libros que nos ubica en el reino del poniente 100 años antes de los acontecimientos del Juego de Tronos.
La historia reunida en tres relatos, y cuyo eje es la vida del caballero andante Dunk el Alto, nos muestra los orígenes del mundo que nos espera una centuria después y nos permite atisbar las razones o las condiciones que dieron origen a los caracteres de los personajes que nos mantienen en vilo desde el tomo 1 de la Canción de hielo y fuego. Se trata de un mundo muy distinto, menos complicado aunque igual de violento; es el apogeo de la dinastía Targaryen, de un número enorme de señores, de divisas, de encuentros de armas. Hay incluso un escudero, Egg,  que esconde un secreto y que de alguna forma dibuja las formas en que se ejerce el poder.
Digno trabajo de su autor y a esto me refiero con que mantiene el  mismo estilo ágil y directo de escritura, el texto le permitirá extrañar menos el tomo 6 de la saga literaria que, en una broma de mal gusto por parte de las televisora que la produce, la ha convertido en dos obras muy distintas, para molestia de muchos de los lectores de la historia de los siete reinos.
La idea original de los editores fue publicar todas las narraciones de Dunk y Egg en una serie de antologías, tal como se hizo con los tres primeros cuentos, para después conjuntarlas en una sola edición, pero en el momento de que se publicó el relato de El caballero misterioso quedó en evidencia que las historias eran muchas y demasiado extensas para seguir el plan original. Ahora se pretende editar una serie de libros con la recopilacis. ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ en inglrsiibro, pero desgraciadamente sidencia que las , Mctores de la Cancin a los partidarios de los wargos, los león de las aventuras de estos dos personajes.
Esta precuela resultará indispensable para los fanáticos de la obra de Martin y es un enorme paliativo para calmar un poco las ansias que carcomen a los partidarios de los wargos, los leones o los dragones que pueblan ya el imaginario cotidiano de los lectores de La Canción de Hielo y fuego.
Divíertase.
PD. Existe una edición ilustrada de este libro, pero sólo está disponible en la versión original en inglés.
Martin, George R.R., El caballero de los siete reinos, Plaza Janes, México, pp. 358, 2015. Traducción de Jofre Homedes Beutnagel.

Las guerras digitales



Palabra de lector 1

En el terreno de la tecnología, las guerras entre las grandes corporaciones rebasan por mucho las fronteras humanas; es más, éstas no existen para los grandes contendientes de la nueva era.
Desde finales del siglo pasado, los competidores ya no son los proveedores de enormes máquinas o los creadores de chips o memorias; ahora los combatientes son del mundo virtual, en el reino de lo intangible.
Así, tres de los más importantes jugadores del nuevo siglo, Apple, Google y Microsoft se enfrentan en los mercados globales, creando de forma acelerada nuevos espacios de competencia, donde los botines son millones y millones de usuarios de telcdotas﷽﷽﷽﷽n libro entretenido, lleno de  ana la cual açun no logran desentrañar y conevertir en uno mñasa sus competidores.
erneéfonos inteligentes, consumidores de música, navegadores en busca de información y obsesos de las tabletas electrónicas.
Todo ello, realizado en un universo que a veces pareciera ser paralelo a la vida cotidiana de los seres humanos, llamado Internet. Y es aquí, en este espacio, donde se pelea por miles de millones de dólares; es donde se juega el futuro de la tecnología y el destino de los seres humanos, o mejor dicho los consumidores vistos como proveedores de dólares en beneficio de estos tecno-Estados virtuales.
En su libro, Las guerras digitales, Apple, Google, Microsoft y la batalla por Internet, Charles Arthur, periodista especializado en tecnología, nos deja claro que el presente y el futuro tecnológico están en las manos de unos cuantos empresarios “iluminados” por una aureola de genialidad y  poco interés por el impacto que sus decisiones tienen en el ciudadano común y corriente. Para el autor y sus personajes, lo que importa es cómo, cuándo y dónde se puede ganar dinero. Una visión típica del pragmatismo norteamericano y sus voceros.
El libro nos habla sobre la forma y los caminos que siguieron Gates, Jobs y demás empresarios (visionarios, dirían los optimistas tecnológicos) para desarrollar tecnologías, generar dependencias emocionales, laborales, culturales y sociales, y derrotar o sacar de la jugada a sus competidores.
El autor también dedica un buen espacio a ese enorme filón de riqueza que signica la China actual, el cual aún no se logra desentrañar y convertir en uno más de sus mercados.
En fin. Se trata de un libro entretenido, lleno de  anécdotas (al estilo del periodismo norteamericano) , de declaraciones candentes que harán las delicias de los optimistas de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones.
Se trata de un volumen que puede leerse por cualquier persona que esté medianamente interesada en este tipo de temas tecnológicos, posea un poster de Bill Gates o Steve Jobs en la cabecera de su cama o, en todo caso, trate de entender cuál es la visión norteamericana sobre la tecnología actual y hacia dónde nos encaminamos como entes consumidores de este mundo hipertecnificado y hedonista.

Arthur, Charles, Las guerras digitales, Apple, Google, Microsoft y la batalla por Internet, Editorial Oceano, México, pp. 287, 2015. Traducción de Enrique Mercado.