martes, 2 de mayo de 2017

Señor Duverger, bájese de mi nube o el Diario de a bordo


Palabra de lector 40
 
Sirva este texto como ejemplo de cómo la investigación HISTÓRICA se construye con documentos y reflexiones basadas en otros textos y documentos. Que no se trata de cuentos y “me late”, tomados de la ficción o de una aparente sabiduría obtenida de las lecturas de la Wikipedia, y que hablar del señor Colón u otro personaje histórico, no es moco de pavo. Aprende Jiménez, aprende y lee.
Para nadie en nuestra región es desconocida la imagen del Almirante de la Mar Océano, don Cristóbal Colón y su epopeya que culminaría con el descubrimiento oficial de América.
Si bien, la historia es bien conocida y muchas veces mal contada. La del personaje es mucho más compleja y oscura.
Existe gran cantidad de claroscuros, contradicciones, medias verdades, falsedades y súmele lo que le apetezca alrededor de la vida de Colón. La cola va desde su mismo origen. ¿Quién era Colón, ¿dónde nació?, ¿a qué se dedicaba su familia?, ¿cómo llegó a la idea del viaje hacia el oeste? En fin, una larga, pero muy larga lista de cuestionamientos que han dado pie a gran cantidad de tinta y mitos que, más que aclarar, complican más la madeja sobre el tema.
Para que la cosa no se quede como está, Cristian Duverger le pone más leña al fuego y nos ofrece un trabajo digno de quienes nos dedicamos a estas lides (con seriedad, por supuesto), en el texto titulado: Diario de a bordo, donde nos muestra dos versiones de un mismo texto, el famoso Diario de a bordo, del Almirante de la Mar Océano. Es decir, el texto escrito por su hijo, Hernando o Fernando Colón, y el elaborado por el famoso sacerdote Bartolomé de las Casas. Ambos, basados, hasta donde se sabe, de un original que permanece desaparecido, casi desde que llegara a manos del Rey Fernando de Aragón.
Aquí comienzan los peros: ¿cómo pudo Colón encontrar, sin duda alguna, la ruta de regreso a Europa, sin indicaciones previas?, ¿por qué las referencias a Asia sólo aparecen en la versión de Las Casas?, ¿por qué a lo largo del diario describe las islas descubiertas como si fueran parte del ambiente de España?
Pongamos un ejemplo. El caso de la fecha y el lugar donde se debe realizar el viaje de regreso a Europa. Dice Duverger: “Y sabe que el regreso no será posible más que con viento del sur; así, cuando por fin aparece dicha providencia el día 16 de enero, ¨cuando refrescó el viento muy bueno para ir a España¨, Colón decide aprovechar las condiciones climáticas que lo llevan hacia la ¨autopista¨ de la corriente del Golfo orientada hacia el nor-nordeste y luego hacia el nordeste, en dirección de las Azores. Los secretos de la navegación en aquella época no radicaban en la arquitectura de los navíos, no en el timón de cordante, no en el diseño de las velas, sino en el conocimiento de los vientos y las corrientes”. Pero para ello, había que saber dónde y cuándo.
Según el autor, Colón escribe en su bitácora aquello que los gobernantes querrán leer, no necesariamente lo que ve y descubre.
Tradicionalmente se ha pensado que el almirante vivió equivocado al pensar que había llegado a las Indias y que por ello siempre buscó las especias y perfumes, como la canela, la pimienta negra, el clavo y el almizcle. Sin embargo, el investigador apunta que la verdad puede ser distinta. Según él, el descubridor sabe que no llegó a Asia y por ello reunió plantas características de las islas y se las llevó a los reyes. Su texto habla en particular del ají, que es el chile, y del ñame, que es el camote. Sabemos que ninguno de los dos le hizo la menor gracia al rey Fernando, pues él sólo quería especias y oro de India. Pese a ello, no se pudo impedir la llegada al viejo continente del tomate, el maíz, el frijol, la calabaza, el aguacate y el chocolate.
Finalmente, para los objetivos de esta breve reseña, está el asunto nodal de la propuesta de Duverger. La teoría de que Colón se habría beneficiado de la información proporcionada por un piloto, que habría muerto en su casa, como apuntan algunos cronistas de la época. Esta información no sólo le hubiera revelado la existencia de la Española, sino que le habría revelado el secreto de la ruta de regreso. Pero no se equivoca en el regreso, espera el viento del sur y toma el rumbo del norte hasta conectar con la corriente del Golfo que lo conduce, vía corta, a las Azores. Colón aprovecha un saber; no experimenta, como habría de esperarse de una primera exploración.
En fin, que la polémica sigue y seguirá. Lo importante no es sólo la propuesta de Duverger, sino el ejemplo de un especialista de cómo se debe hacer historia. Lo demás son payasadas new age.
Duverger, Christian, Cristóbal Colon, diario de a Bordo, Taurus, 2017, México, 263 pp. Me gusta leer México