martes, 22 de septiembre de 2015

Kafka en la orilla

Palabra de Lector 6

Las historias. Las narraciones se construyen con los mitos. A veces son tan evidentes y ocultas, como lo quiera o pueda su creador. Las historias nos llevan a los viajes iniciáticos, a las pruebas mágicas o al enfrentamiento de los tabúes. Todo al criterio y gusto de quien suma las letras que conforman un texto y, a veces, el lector no se da cuenta de que lo que está leyendo es un viaje iniciático, su propio viaje iniciático.

Había pensado comenzar este texto hablando del gran pecado de Haruki Murakami, de la animadversión que muchos lectores intelectualizados y no tanto tienen ante su obra, lo cual lo ha convertido en un escritor de culto y, al mismo tiempo, lo alejará definitivamente de la posibilidad de ganar alguna vez el Premio Nobel de Literatura. Al menos así lo ve este tecleador.

Por alguna razón que no hemos reflexionado, la novela Kafka en la orilla, de este autor japonés, se mantuvo en los pendientes durante mucho tiempo, pese a que tiene ya un rato (publicada originalmente en 2002, en español en 2006 y considerada la mejor novela del año en 2005, por New York Times) y se convirtió, repito, sin querer en la penúltima obra de Murakami en leerse por quien esto escribe (sólo falta Hombres sin mujeres, que próximamente será consumida y las ya anunicadas pero aun no disponibles: Escucha la canción del viento y Pimball 1973, las primeras que escribió Murakami y apenas traducidas al idioma de Cervantes). Y resultó justa la espera.

Se trata pues de una obra construida sobre los grandes temas de la mitología clásica griega, pero ubicada y elaborada con la vestimenta del mundo oriental. Una treta que suele ser recurrente en Murakami y que reivindica, aunque a muchos no les guste, esta idea oriental de la convivencia de lo mágico, de lo espiritual con la vida cotidiana de los orientales.  Murakami es por ello, un escritor que raya en el realismo mágico y la ciencia ficción en todas sus novelas, y Kafka en la orilla no es la excepción.

Cómo decíamos, se trata de una novela escrita en dos escenarios. En uno de ellos se encuentra Kafka Tamura, un adolescente que huye del hogar, ahogado por el enorme peso de una profecía que ingenuamente y a toda costa pretende evitar. Por el otro conocemos a Satoru Nakata, un instrumento del destino cuya senda parece estar condenada a cruzarse con la del joven adolescente. Así, mientras uno se resiste a cumplir con su sino, el otro simplemente se deja llevar y obedece a pie juntillas las pautas que debe cubrir en este camino, con un destino trazado e inevitable. A uno se le da el potencial físico, al otro la cuestión sensorial, el ámbito de los espíritus.

Cada uno de ellos, como en las gestas griegas, se les asignan compañeros de travesía variopintos, únicos, desconcertantes pero imprescindibles para cumplir la trama. De esta manera, Johnnie Walker y el “Coronel” Sanders tienen cabida en la historia; ambos conceptos que nos remiten a las sombras que pueblan aquella hermosísima cinta de Hayao Miyasaki, “El viaje de Chihiro” y otras más. Así, las piezas de la trama se van acomodando exactamente y tal como mandan los cánones de la mitología griega.

El autor logra ir armando una serie de eventos y situaciones que obligan al lector a avanzar un poco más, para ver qué pasa cada vez que toma el libro en manos. Si bien no consideramos que sea una de las más importantes obras de este autor japonés, sí estamos convencidos de que es un excelente ejemplo del uso de sus conocimientos sobre la literatura de la Grecia clásica y un excelente ejercicio para ver qué tan duchos resultamos al identificar éste o aquel mito del cual se echa mano.

Sea pues ésta una lectura interesante de tan polémico escritor que seguramente sueña, desde la playa, no en ELLA sino en la imposibilidad de obtener el Nobel a causa de su fama.

Murakami, Haruki, Kafka en la orilla, Tusquets, México, pp. 714, 2008. Traducción de Lourdes Porta. Colección Maxi.