viernes, 1 de marzo de 2019

En el enjambre



Palabra de lector 68
La sociedad de la transparencia, la sociedad de la posverdad, donde hemos sustituido al “big Brother” por el “big data”. Una sociedad abierta, donde todo es público, superficial, donde hay espacio para información, pero no para la verdad. Es la sociedad de lo “digital”.
Es ésta sociedad de la inmediatez, de los teléfonos inteligentes que prometen más libertad pero resultan de una violencia fatal, que permanece la amenaza de la comunicación en tanto se tiene una relación casi obsesiva, coactiva, con el dispositivo digital.
Las redes sociales fortalecen masivamente esta violencia de la comunicación, que en definitiva se desprende de la lógica del capital. Más comunicación significa más dinero para los proveedores del servicio y los fabricantes de los aparatos. El círculo acelerado de la comunicación e información conduce inevitablemente al círculo acelerado del capital.
Ésta es parte de la tesis que Byung- Chul Han plantea en su trabajo titulado En el enjambre. Un ensayo que analiza de qué manera la revolución digital, Internet y las redes sociales transforman la esencia misma de la sociedad, en una positividad transparente, superflua e inútil, pues exilia definitivamente la negatividad, la reflexión y la verdad.
Por otro lado, nos dice, la palabra “digital” se refiere al dedo (en latín), que ante todo cuenta. La cultura digital descansa en los dedos que cuentan. La Historia, en cambio, es narración, ella no cuenta. Contar es una categoría poshistórica.
Ni los tweets ni las informaciones se cuentan para dar lugar a una narración. Tampoco la timeline (línea del tiempo) narra ninguna historia de la vida, ninguna biografía. Es, por tanto, aditiva no narrativa. De ahí que el hombre digital digita en el sentido de que cuenta y calcula constantemente.
Lo digital absolutiza el número y el contar (el big data cuenta, suma, combina, pero no narra). También los amigos de Facebook son, ante todo, contados. La amistad, por el contrario, es una narración. La época digital totaliza lo aditivo, el contar y lo numerable. Incluso las inclinaciones se cuentan en forma de “me gusta”. Hoy todo se hace numerable, para poder transformarlo en el lenguaje del rendimiento y de la eficiencia.
Por otro lado, la información es aditiva y acumulativa, mientras que la verdad es exclusiva y selectiva. En contraposición a la información, no se acumula. De hecho, no se le encuentra con frecuencia, no existe ninguna masa de la verdad. En cambio, hay masa de información con la que se llega a la masificación de lo positivo, sin negatividad.
Por ello, la información, en virtud de su positividad, se distingue también del saber. El saber no está patente ante nosotros sin más. No lo hallamos de antemano, a diferencia de la información. Al saber, lo precede con frecuencia una larga experiencia.
Esta era digital y su comunicación, también digital, hace que se erosione fuertemente la comunidad, el nosotros. Destruye el espacio público y agudiza el aislamiento del hombre. Lo que domina la comunicación digital no es el “amor al prójimo”, sino el narcisismo. La técnica del amor no es una “tánica (esencia que le da la característica a algo, al vino, por ejemplo) del amor al prójimo”, sino se muestra descarnadamente en lo que es: una máquina narcisista del ego.
Finalmente, la sociedad actual no es una sociedad del amor al prójimo en la que nos realizamos recíprocamente. Es más bien una sociedad del rendimiento, que nos aísla y en donde el sujeto del rendimiento se explota a sí mismo hasta su derrumbe. El “sí mismo” como bello proyecto, se muestra como proyectil que se dirige contra sí mismo.
Aterrador ¿verdad?
Han, Byuhg-Chul, En el enjambre, Editorial Herder México, España, 109 pp., 2014. Traducción de Raúl Gabás. Colección: Pensamiento Herder.

lunes, 25 de febrero de 2019

La revolución francesa

Palabra de lector 67
El 30 de Julio de 1792, en Francia y ya en plena revolución, los federales marselleses llamados a Paris por Charles Barbaroux, desfilaron por “el barrio de las glorias” cantando el himno “le Chant de guerre pour l'armée du Rhin” de Rouget de Lisle, apenas compuesto en abril (Canto de Guerra para el Ejército del Rin), y conocido desde entonces como La Marsellesa.
Con esta anécdota comenzamos el texto sobre un muy interesante libro que aborda el fin del Antiguo régimen, representado por Luis XVI y su señora, la reina de los pasteles, Maria Antonieta, hasta la caída del gran Corso, Napoleón Bonaparte, el grande.
Se trata del libro del gran historiador Georges Lefebvre. Un texto fundamental para todos aquellos que quieran conocer paso a paso los eventos que abarca dicho periodo.
La revolución y el Imperio, (1787-1815)
No debemos de olvidar que estamos hablando del principio de la democracia burguesa, del afianzamiento de la misma y la gesta expansionista europea a manos de Napoleón.
Para el autor, la revolución francesa comenzó en 1787 y fue al principio aristocrática. Y cómo no iba ser así, si la alta nobleza no quería ni podía adaptarse a los cambios. Buscaban el remedio a contrapelo de la transformación. Querían que ella se volviera, por la supresión de la venalidad de los puestos públicos, una casta cerrada donde no se pudiera entrar en esta burocracia más que por excepción; que los empleos compatibles con su dignidad le estuviesen reservados; que el rey proporcionara gratuitamente a sus hijos los medios de prepararse para desempeñarlos. El rey, primer gentil hombre del reino, no había permanecido insensible a estos deseos. Durante el reinado de Luis XVI, los ministros fueron todos nobles.
Sin embargo, con la creación del Parlamento, y la participación de los Estados Generales, el Tercer estado, es decir, la burguesía (los otros dos eran la nobleza y el clero), se adjudicaba el epíteto de “El Partido Patriota”. No se sabe bien si hubo en él un órgano central, aunque se dice que fue dirigida por los francomasones.
Si a esto sumamos un régimen monárquico que sucumbirá ante su propia incomprensión y decisiones erráticas en el contexto de un mundo cambiante, y que, tras varios intentos de adoptar medidas para atajar la crisis política y económica, capituló ante la respuesta violenta de la nobleza y de los parlamentos provinciales… tenemos el caldo perfecto para unas ricas albóndigas, digo, una revolución.
Una revolución que nos llevará a la toma de la Bastilla (14 de julio de 1789), la creación del Comité de salud pública, el terror, la guerra con media Europa, el golpe de estado de Napoleón en 1799 y su posterior caída.
El texto en cuestión resulta muy útil, pues está profusamente documentado y hace una revisión exhaustiva de los hechos de la naciente Francia democrática. Recordemos que lo que hoy conocemos como democracia en el mundo occidental, tiene sus orígenes precisamente en este tiempo y este lugar; es decir, la democracia moderna es producto de la burguesía francesa.
Finalmente, hay que apuntar que no es un libro complicado, lo que lo hace accesible a cualquier tipo de lector interesado en esta parte de la historia y que el autor no toma simpatías por ninguno de los personajes, no justifica ni al rey, ni a Maximiliano Robespierre ni a George Danton. Y guarda una sana distancia con el Genio de Bonaparte; eso sí, deja muy claro que los fracasos del gran estratega se debieron, en gran medida, a la mediocridad de quienes lo rodeaban, como algunos generales que incluso resultaron pusilánimes.
Servidos.
Lefrebvre, George, La revolución francesa y el imperio (1787-1815), Fondo de Cultura Económica, México, 294 pp., 2004. Traducción de María teresa Silva de Salazar. Colección Breviarios del Fondo de Cultura Económica, número 151.