Palabra de lector 17
¡Ah! La hermosa república de las letras. El sueño de intercambiar información entre humanistas y científicos de muy diversos lugares del mundo, el cual iniciara en el siglo XV y que en nuestro siglo Octavio Paz, por poner un solo ejemplo, deseara para la literatura nacional, como un vasto territorio lleno de hermosos pastos, bucólicos bosques, paradisiacos remansos de paz donde los creadores de las muy distintas corrientes literarias, los poetas y sus críticos pudieran vivir en santa armonía… lo que es lo mismo: simple y llanamente un sueño Guajiro.
La llamada república de las letras es un basto territorio salpicado de parches de todo tipo, feos, apestosos, truculentos, pútridos, siniestros, oscuros, donde cada uno es el territorio de señores feudales en el mejor de los casos o de bandas de verdaderos sicarios en el peor, donde se reúnen escritores y aspirantes a tales, en torno a una corriente, sub corrientes, sub sub corrientes, amiguismos, compadrazgos o cualquier cosa que los identifique con el zoológico de los integrantes de dicha nación.
Es el lugar donde se despedaza alegremente al vecino, al “amigo”, al enemigo y al que se ponga al tiro y que no comulgue con las consignas del grupo. Hay territorios con enormes bandas, las hay más pequeñas y hasta se da el caso de feudos de un solo hombre. Eso sí, debemos decir a su favor que hay algo que los une e iguala: el exitoso tesón que mantienen por evitar que cualquier advenedizo se atreva siquiera a pensar en integrarse a tan reputada comunidad.
¿Hablé del lector? ¿No? ¡Avísenme! Sí, el lector, ese ente inmaculado, inocente e intangible al cual se le invoca bajo cualquier pretexto pero que en realidad les tiene sin cuidado, pero que resulta muy útil para iniciar sus legendarias guerras fratricidas. Aquí nadie se salva, se apellide Paz, Monsiváis, Nájera, Fuentes o Pérez. Nunca ave alguna sale inmaculada de ese pantano, ni saldrá.
Un ejemplo de lo anterior es el libro “Las caricaturas me hacen llorar”, del escritor mexicano, Enrique Serna. Se trata de una selección de crónicas y ensayos en los que el autor de “El seductor de la Patria” y “La doble vida de Jesús” (ambas excelentes muestras de su capacidad literaria), hace tabla rasa de tirios y troyanos. Textos que no dejan títere sin cabeza, en ese deporte tan mexicano donde no se puede pretender ser intelectual si no le desagrada todo lo que lee (excepto lo que hacen los cuates). Bueno, hay que aclarar, sí hay títeres deja con cabeza y hasta los coloca en un pedestal, por supuesto, sus cuates y me imagino también miembros de la misma mafia, digo, del mismo feudo.
El autor, como miembro de esa república utópica, a veces es divertido y entretenido para las demandas de un lector común y corriente; podríamos decir que en algunos casos hasta de guía podrían servir algunos pocos textos, pero en general hace uso de lo que critica y critica a lo largo de esta recopilación, esa necesidad irrefrenable del intelectualismo de los escritores “consagrados” de este país. Comete el pecado capital de escribir para sus iguales, de su misma hueste o el enemigo, y el lector común, nos quedamos como el chinito, no´más milando.
Efectivamente, como dice en la contraportada, tiene “el afán por observar la vida cultural y política más allá de las apariencias, despierta una mezcla de sentimientos que van de la irrisión a la náusea y de la perplejidad a la mueca burlona” Eso sí, el autor jamás pierde el estilo. Su prosa mantiene ese humor tan ácido que hace popular al escritor, tan cínico al mostrar las vergüenzas de un oficio que, en nuestro país, se basa en los conectes y el feudo al que se pertenece para aspirar a llevarse un poco de fama a su cubil.
El libro está dividido en dos partes, Risas y desvíos, que agrupa a una serie de reflexiones humorísticas sobre temas como la ternura, el machismo, la moral y el racismo; y Ruta crítica, que destapa lo que verdaderamente piensa el autor sobres sus pares que, en fin, es un pan amargo y duro que ellos deberán deglutir.
Al final del texto, la sensación que dejó en este escribidor, es que la tal república apesta. Que todos tienen colas enormes y lo que menos les interesa es el lector. Bueno, sí les interesa un tipo de estos leedores, al que el autor llama “el lector disciplinado y creativo”, ese lector preparado que, curiosamente, está conformado por ellos mismos, los profesionales de las letras, los académicos, los habitantes de este mundo feudal, donde el que tiene más contactos, traga más pinole.
Serna, Enrique, Las caricaturas me hacen llorar, Editorial Terracota, México, 2012, 329 pp.