sábado, 29 de agosto de 2015

Voy como simple marinero… Relatos cortos de Herman Melville

Palabra de lector 5

El siguiente texto fue publicado por el portal Otro ángulo. http://www.otroangulo.info/sin-categoria/voy-como-simple-marinero-cuentos-de-melville/

La primera vez que tuve contacto con Herman Melville fue alrededor de los 11 años, en una edición juvenil (de Grolier, la Biblioteca juvenil que mi padre nos había regalado) de su gran obra Moby Dick o la Ballena blanca (que no era ballena, sino cachalote).
Él decía “llámenme Ismael” y a los dos nos llamaba el mar. A él en sus largos viajes sobre diferentes tipos de naves acuáticas, y a este escribidor en los paseos a bordo de los barcos camaroneros donde mi abuelo era maquinista, de donde emergen mis primeros recuerdos… Cuando salir al patio de la casa de los viejos significaba toparse con el mar, porque estaba ahí, a un paso de una casa terriblemente humilde, construida en la estrecha playa frente al panteón de Campeche…
Hay tal vez dos formas de entender a Herman Melville: como marino y como periodista. Porque la visión y capacidad descriptiva es quizá la riqueza más importante de su obra; su forma de abordar la narración de los cuentos (anécdotas auténticas del viejo Zack) y su amor y conocimiento profundo sobre la vida del mar, experiencia que serviría para vestir y darle vida a sus más grandes obras y tema en el que incluso alcanzaría el pináculo de su creación, con Moby Dick, El estafador y sus disfraces, Benito Cereno y su obra póstuma Billy Budd marinero.
Melville no sólo demuestra una enorme capacidad para describir el entorno de sus relatos, sino que deshoja pacientemente las capas que ocultan las verdaderas almas de todos sus personajes; basta ver la inocencia de Billy Budd o los pensamientos que atormentan los sentimientos de Ismael.
Al mismo tiempo no duda en demostrarnos que posee una enorme cultura universal, pese a no haber tenido la oportunidad de contar con estudios superiores formales, debido a la muerte prematura de su padre; tiene un hambre insaciable por la lectura y lo mismo lee de filosofía, de poesía, de historia y, por supuesto, grandes cantidades de literatura de todos los tiempos y autores.
Hay que recordar que este enorme escritor norteamericano, nacido el 1 de agosto de 1819 en Nueva York, no consiguió en vida ni fama ni fortuna. Muchos de sus relatos se publicaron de manera anónima, como sería el caso de El pudin del pobre y las migajas del rico, El paraíso de los solteros y el Tártaro de las doncellas. Y mucho otros más, no se sabe cuántos, están perdidos para siempre porque no fueron del agrado de los editores o porque su autor no los consideró suficientemente buenos para las exigencias del público lector.
Incluso su obra más conocida y referenciada, Moby Dick fue un rotundo fracaso, no sólo porque su apabullante cantidad de datos enciclopédicos sobre la pesca ballenera del siglo XIX resultaba harto chocante a los lectores, tal vez acostumbrados a lecturas más “ligeras”, sino porque la obra en su primera edición británica, la de octubre de 1851, fue una auténtica chapuza. Tuvo tan mala suerte que se lanzó al mercado en una emisión donde además de eliminar treinta y cinco pasajes cruciales para “no ofender delicadas sensibilidades políticas y morales”, se omitió por accidente el epílogo, por lo que a los lectores les llegó una historia con un narrador en primera persona que aparentemente no sobrevivió para contarla, lo que les provocó desconcierto y enojo.
Pero para quienes disfrutamos y somos fanáticos de Melville en este nuevo siglo, sus relatos se han recopilado recientemente en una edición de Alba Editores, bajo el título de Cuentos completos de Herman Melville, aunque en esta edición no se incluye Bartleby el escribiente, por no ser considerado un cuento en el sentido estricto.
Melville es el primer escritor estadounidense que niega el optimismo sobre el que se funda la idea de Norteamérica. Pone el dedo flamígero en el exceso de confianza, el poder sin responsabilidades, el orgullo cegador y la idea positiva sobre la que se teje el ideal americano; es pues, una piedra en el zapato.
Dicen los que saben que esta percepción melvilleana de los extremos peligrosos del individualismo maniqueo, gnóstico y prometeico (idea que tienen de sí mismos los estadounidenses), sólo tiene parangón en la obra de Fiodor Dostoyevski, Crimen y castigo (¿existe una analogía en lo que esconde Ahab y su ballena blanca?).
Acercarse a la obra de este autor norteamericano puede ser una tarea ardua y a veces conflictiva. No es un escritor condescendiente, es más bien un peleador callejero que denuncia los vicios y las injusticas humanas; es incómodo y difícil, pero también es uno de esos escritores referenciales de quien todos hablan aunque no conozcan su obra. Es aquel que cuando se suelta la frase “llámenme Ismael”, todo mundo sabe a qué marino y a qué ballena se refieren, aunque en su vida hayan leído el texto pero sí, tal vez, hayan visto la película, de la cual hay 10 adaptaciones según afirma la Wikipedia.

domingo, 23 de agosto de 2015

Kim o el gran juego, un acercamiento a Rudyard Kipling


Palabra de lector 4

A riesgo de cometer una barbaridad, podríamos decir que Kim es la contraparte de Mowgli (El libro de la Selva). Este último, hijo adoptivo de la selva y de los lobos, y aquel otro, el que nos ocupa, hijo de la ciudad y de lo urbano, cuya madre adoptiva resulta ser una sociedad variopinta y compleja como lo es la India del siglo XIX. Para muchos se trata de la historia más madura de este escritor de origen inglés, pero nacido en la India (Bombay, 1865- Londres, 1936).
Como se darán cuenta, no podemos evitar el comparar a nuestros escritores favoritos, así que podemos decir que Kipling sólo puede equiparase con Joseph Conrad en cuanto a la descripción con tanto ardor de la experiencia del Imperio. Ambos fueron capaces de brindar el encanto de las imágenes y la sensualidad de aquellas tierras que muchos de su coetaneos jamás podrían visitar. Los dos solían vestir, con sensual encanto, la campaña británica en el extranjero, además de sufrir con los problemas tradicionales de la domesticidad y los amores románticos.
En la novela que nos ocupa, Kim, por ejemplo, los Sahib (hombres blancos) aparecen casi como seres bondadosos, sabios y más allá de cualquier contradicción. Parecen encajar en un mundo idílico, donde el imperialismo es visto como una bendición para el escritor y sus lectores. A lo largo de su obra, Kipling no parece distinguir ninguna contradicción entre la realidad de los países colonizados --en su caso la India-- y la brutalidad del capitalismo imperialista, que presentaría su peor cara en la aventura del Congo a cargo del gobierno Belga.
La contradicción, en todo caso, viene de la mentira que anida en los hombres. Ni aun en el caso de Kim podemos atisbar una lucha ideológica entre las diferentes fuerzas en disputa, sino una lejana idea de que el mal está por ahí, en algún lugar, lejos de nuestro universo; y en el caso de que dicha maldad nos alcance será a través de los personajes encarnados por los espías extranjeros, los rusos, quienes tienen el derecho y la oportunidad de redimirse en el mundo que habita un niño de origen irlandés, criado por la cultura hindú, quien coquetea y acepta tácitamente las ideas muslmanas y quien se convierte en el guía-aprendíz (Chela) de un santo budista.
Apuntemos que cuando Kipling debe viajar a Inglaterra y debe enfrentarse a la disciplina escolar en aquella patria, queda marcado definitivamente a través de su trato con una tal señora Holloway de Southse. Relación que resultaría tan traumática que fue tema constante de inspitación en su obra: la relación entre la juventud y la autoridad hostil.
Para Kipling y su obra, el mundo es un universo de hombres. El hecho de que las mujeres acosen a Kim cuando crece, no es mnico﷽﷽﷽﷽﷽﷽ como parte del IMperio personajes de Kim, Creighton, Mahbub, el babu e incluso el Lama ven la India como la veon un más que una enorme dificultad para participar en el Gran Juego, la otra parte del drama de esta historia, aunque no la más importante.
Así que además de encontrarnos con un mundo masculino dominado por los viajes, el comercio, la aventura y la intriga, también nos topamos con un escenario célibe, donde el romanticismo común de la ficción y su consecuencia lógica, el matrimonio, son evitados, engañados o prácticamente ignorados.
Creemos que es válido leer a Kim como una de las más grandes novelas de la literatura universal, (no por algo recibió el premio Nobel de lietratura en 1907) al margen de su carga de circunstancias políticas e históricas. De todas formas no podemos olvidar sus conexiones con la realidad de su tiempo y que Kipling observó con tanto cuidado. Sin duda, los personajes de Kim, Creighton, Mahbub, el babu e incluso el Lama ven la India como la veía Kipling: parte del Imperio Británico, un mundo en conflicto que Kipling jamás percibió, simple y llanamente porque nunca ¡lo vio!; para él no existía tal conflicto.
No podemos leer Kim como un relato de aventuras de un muchacho, o como una descripción detalladísima de la vida de la India; de hacerlo así entonces no disfrutaremos la novela que Kipling escribió en realidad. Kim es una contribución fundamental a esa orientalización de la India de la imaginación, y también lo es a eso que los historiadores llamamos la “invención de la tradición”.
Que lo disfruten.

Kipling, Rudyard, Kim, Ramdom House Mondadori, España, 445 pp., 2006. Traducción de Verónica Canales. Colección Grandes Clásicos.