Palabra de lector 7
Dice Flavio Josefo, judio converso y originario de una familia sacerdotal de Jerusalén, que fue Caín, hijo de Adán y Eva, quien después de haberle dado mate a su carnal Abel, cometió muchos otros actos abominables, como el haber inventado las pesas y las medidas. “Transformó aquella inocente y noble naturalidad con que vivía la gente mientras las desconocía, en una vida plena de estafas”[1].
Esta idea de la mentalidad primitiva, retratada en esta
tradición bíblica, nos muestra que la medida se confunde con la estafa y es el
símbolo de la pérdida de la felicidad idílica del hombre primitivo, es decir,
proviene directamente del pecado original.
La historia de cómo se crearon diferentes formas de medir
y de pesar es harto interesante. Baste decir que era una prerrogativa de los
reyes, de los señores, quienes servían de parámetro para saber cuánto debía
medir, contener y pesar el codo, el pie, el palmo, la libra, el galón y
todo aquello que sirvió para darle certidumbre al intercambio comercial, darle
sentido a los trazos y las construcciones, en fin a todo aquello que requiriese
ser medido.
Foto: Aquiles Alexei Cantarell B. |
No es sino hasta finales del siglo XVIII (1792), cuando
en Francia se propone realizar un esfuerzo único de abandonar al hombre como la
medida de todas las cosas y trasladar ese derecho a la naturaleza misma. Crear
una medida que se basara en las dimensiones de la tierra, en la
longitud de uno de sus meridianos, curiosamente aquel que pasaba por la ciudad
de Paris y también por Barcelona. Una medida eterna basada en el objeto eterno:
la Tierra.
En una iniciativa de la Real Academia de Ciencias del
antiguo Régimen y a las puertas del caos de la Revolución Francesa, es que se
decide realizar tan titánica obra, aplaudida, en un principio, por todas las
naciones del mundo.
La medida, que en adelante se conocerá como Metro, es el
esfuerzo inmenso de unificar todas las diferencias existentes --no sólo en Francia
sino alrededor del orbe-- sobre cualquier cantidad de pesos y medidas que tradicionalmente
se reflejaban en una vara, un pedazo de hierro, un recipiente o una pesa.
Antes, tales medidas se otorgaban por los señores
feudales, reyes y emperadores, y que a fuerza de largas y viejas tradiciones
eran utilizados en cada país, feudo, condado, ciudad y pueblo del mundo. Lo
terrible es que cada una variaba de un pueblo a otro, o estaban determinadas
por el clima, la estación, el tiempo o muy diversos factores; aunque colgaran
de la puerta de las iglesias, los cabildos o las casas de gobierno a “cobijo”
de las inclemencias del clima y de la chusma.
Por tanto, la idea de generar una medida única y global,
basada en la diezmillonésima parte de la distancia del Polo al Ecuador, era
novedosa, brillante y revolucionaria. De ahí que, gracias al trabajo de Ken
Alder, autor de “La medida de todas las cosas”, nos enfrentemos con un
maravilloso libro de historia que más que parecer una obra encuadrada en la
Historia de las mentalidades, sería mejor ubicarla como una novela histórica,
con todos sus elementos.
El autor nos traslada de nueva cuenta a una epopeya llena
de dramatismo histórico y vivencial, pues los sabios (aún no considerados
científicos en su época) no sólo deben enfrentar el reto físico de medir la
distancia que hay de París a Barcelona, con todo lo que ello implica, cruzando
montañas, enfrentando pueblos ignorantes, violentos y campos de batalla… sino
que deben enfrentarlo en plena efervescencia entre el fin del Antiguo Régimen y
la violenta Revolución que convierte a los habitantes de aquella Francia sumida
en la pobreza, en un país donde el nuevo ciudadano sospecha de todo, duda de
todo y cuya solución es simple: la guillotina.
De esta manera, el autor sigue paso a paso la aventura de
Pierre-François-André Méchain, famoso por la gran cantidad de estrellas y
galaxias que descubrió a lo largo de su vida, y de Jean-Bptiste-Joseph
Delambre. Ambos sabios reconocidos pero con personalidades totalmente
divergentes que marcarán cada uno, con suficiente peso, el camino de esta
historia.
Por si esto no fuera suficiente, hay un factor crucial en
esta gesta que pareciera diseñada y escrita por Julio Verne o Conan Doyle. La
medida que en la actualidad conocemos como metro contiene un error, un error que
se trató de ocultar, resolver y paliar. ¿Quién fue el culpable y cómo se
resolvió si es que se logró resolver? Eso sólo lo sabrán quienes se
atrevan a sumergirse en la lectura de este emocionante libro.
Servidos.
Alder, Ken, La medida de todas las cosas,
Colombia, Taurus, 494 p. 2003. Traducción de José Manuel Álvarez Flórez.
Colección: Taurus Historia.