Foto: Elena Ariadna Cantarell. |
Perros. Los hay para todos los gustos y todos los disgustos. Perros de compañía, de trabajo, de vigilancia, de caza, de rescate, de raza y sin alcurnia. Chicos, grandes, mansos, agresivos, violentos, feos, bonitos, tiernos, usted escoja.
Desde pequeño, he convivido con estos amigos de cuatro patas, desde aquel mítico Rommel, en la casa donde nací, en Campeche, hasta la Zazil y el Kin o tontín, este último un Golden Retriever que viene a sumar la cuarta generación de la raza en nuestra famila.
No creo conocer a nadie que en algún momento de su vida no haya tenido de una u otra manera contacto con algún canino, para bien o para mal. Eso, sin hablar de los muchos perros famosos en la historia y la literatura. De momento se me ocurren varios: Sirio, el de la novela de Olaf Stapledon; el buen Argos, compañero de Odiseo; el can Cerbero, el de las tres cabezas, que vigilaba la entrada del Hades y que era fácilmente amansado con música o un poco de pan con miel; la perrita Laika, quien fuera el primer ser vivo terrestre en girar alrededor de la tierra, en una nave espacial… por sólo hablar de algunos pocos.Pero también están los otros, los hijos de perra. De esos también hay muchos y yo conozco a varios que hasta con orgullo llevan la medalla: unos verdaderos hijos de perra, con el perdón y el respeto que nos merecen los peludos que no tienen ninguna culpa.
Así pues, los perros son y han sido parte de muchas historias, y nunca falta que alguien cuente una cuando se toca el tema de estos ladradores.
De esta manera, Arturo Pérez-Reverte aborda el tema en el libro: Perros e hijos de perra, que no es más que una recopilación de comentarios pubicados en diferentes momentos y donde el personaje principal o parte de la trama está a cargo de alguno de estos compañeros fieles. Como dice el autor: “nunca conocí entre los seres humanos, como en los cinco perros que hasta hoy pasaron por mi vida, un amor tan desinteresado y tan leal. Tan conmovedoramente fiel”.
El texto agrupa 22 relatos, la inmensa mayoría, breves artículos piublicados entre 1993 y 2014. Algunos de los textos están dedicados a episodios perrunos concretos, donde ellos son los protagonistas; otros están enfocados a diferentes asuntos y participan como personajes secundarios, pero en todos ellos hay un punto en común, tan caro para el escritor: la mirada que los perros dejan en sus amos y compañeros de vida.
Éstas son pues historias de todo tipo y que sólo quienes conocen a estos animales podrán valorar su peso emocional y apreciar su significado.
Baste sólo mencionar un pequeño ejemplo como la historia del Fila brasileño Tanis el semielfo, famoso por su fiereza (Tanthalas en el lenguaje de los elfos). La historia deriva en que fiel a su fama, el Tanis es un sicario, un perro asesino o al menos así lo describían los amigos y vecinos de su dueña. El perro pasea con su dueña por el parque y de repente es testigo del ataque de un pastor alemán, sin razón, hacia un pequeño niño.
En un instante, el Fila sale disparado sobre la hierba y todo mundo cree que se sumará a la matanza, pero no, el gigante va contra el pastor, desencadenado una sangrienta batalla. Hasta ahí lo dejamos.
Quizá lo más importante del libro no son las muchas anécdotas que lo conforman, sino la importancia que este famoso escritor le da a la adquisición de la conciencia y responsabilidad que significa tener una mascota, sea perro, gato, serpiente, grillo o lo que sea. Y sobre el enorme daño que hacemos cada vez que actuamos como verdaderos hijos de perra y abandonamos o sacrificamos ese hermoso regalo que los niños pidieron para navidad o día de Reyes y que a los pocos meses se ha convertido en un enorme dolor de cabeza, demandador de tiempo y atención.
Porque los perros en particular y las mascotas en general, requieren de cuidados, atención, cariño, espacio y muchas cosas más. Porque no son juguetes que una vez que nos cansan los echamos a la basura o los abandonamos en algún bosque o carretera, con la esperanza de que muera pronto o lo mate algún camión o automóvil.
No se trata de ir y dejarlo “encargado” cuando nos estorba o sólo quererlo cuando nos lo chulean en la calle, y a la vuelta de la esquina dejarlo amarrado bajo el sol o golpearlo porque con la cola rompió el valioso muñeco de porcelana, made in La Lagunilla que perteneció a la tía Queta.
No. Los perros son mucho más que eso y si no lo entiende, hágase y háganos un favor, de verdad: ¡No lo compre!
Pérez-Reverte, Arturo, Perros e hijos de perra, Alfaguara, 5ta. Edición, España, 256 pp., 2015.