Palabra de lector 39
El Océano Pacífico es muy distinto al mar que navegara Colón (la mar océano), y está íntimamente ligado a la historia de México.
Fue Vasco Núñez de Balboa quien divisó un nuevo mar desde alguno de los
picos de las montañas Urrucallala y “descubriera” el océano Pacífico,
al que bautizarán como el mar del sur para diferenciarlo del Caribe o
del Atlántico, que en Panamá queda al norte.
Impresionante debió
ser, ese 29 de septiembre de 1513, en el llamado, desde entonces, Golfo
de San Miguel, mirar al explorador español levantar la espada, golpear
las olas con ella y tomar posesión del mismo, en nombre de doña Juana y
don Fernando, reyes de Castilla y de Aragón.
A partir de ese
momento, el océano Pacífico se ligó íntimamente no sólo a los europeos,
sino a los pueblos de la costa oriental de América. Ya que a partir de
ese momento y en gran parte desde las costas de la Nueva España, se
explora, se conquista, se toma posesión de todo aquello que se encuentra
del otro lado de este inmenso mar.
No sólo se descubre que
efectivamente, más allá del horizonte, se encuentra la tierra de las
especies, sino que se descubre y se sospecha la existencia de grandes
imperios y culturas y digo, se sospecha, porque el gran imperio chino
evitó con gran éxito durante un largo tiempo, la injerencia y el ingreso
de los occidentales a sus territorios y su cultura, algo que no
pudieron lograr los señores de la India.
Todo esto y muchísimo más
es lo que contiene el libro El gran océano, escrito por Rafael Bernal,
reconocido diplomático mexicano que, a raíz de su contacto con los
pueblos del Pacífico, se convirtió en un rabioso y profundo estudioso de
la historia de aquella región, íntimamente ligada a la historia del
nuestro, según trata de demostrar en la presente obra.
Tres eran los
motivadores de la exploración de esta parte de la tierra. El primero
era encontrar una ruta que llevara al oriente y que no implicara rodear
el continente africano por el sur, puesto que era monopolio de los
portugueses. Así que el hallar una vía que llevara al Asia, sería un
gran triunfo para quien lo lograra. En su momento, la ruta de ida
resultó sencilla, el problema que llevó un buen rato resolver fue la del
regreso, que además estaría íntimamente ligada con la famosa historia
de la Nao de China.
El segundo era, obviamente, el poder establecer
el sueño que impulsó al Almirante de la mar océano: encontrar la ruta de
las especias y la seda. Esfuerzo que llevaría a una enorme cantidad de
aventuras y hallazgos accidentales, que finalmente se alcanzaría y de
nuevo generaría un interesante mercado, no sólo de especias y seda, sino
de la porcelana china y otros productos que a la larga serían
sustituidos por otros producidos en la Nueva España o en el mismo
continente europeo. A cambio de todo ello, los orientales recibían
plata, generalmente de origen mexicano, misma que era altamente
apreciada por su enorme calidad.
Finalmente, el tercer motor de este
interés lo significó la idea de llevar el cristianismo a ese enorme
territorio, en manos del budismo y el islam, que a la larga resultará
infructuoso y con un alto costo en vidas y esfuerzos.
De esta
manera, se pasa de esta primera etapa a la necesidad de controlar
territorios para a su vez dominar ciertos mercados y mercancías, para
terminar, ya en pleno capitalismo, al dominio de zonas estratégicas para
el desarrollo y circulación de capitales, materias primas y zonas
estratégicas para el equilibrio en la región de las grandes potencias
europeas.
Así, de manera sucinta, resumimos el amplio contenido de
esta obra, cuya lectura no sólo es agradable sino muy ilustrativa. Llena
de datos curiosos, anécdotas y hechos que harán las delicias de los
lectores que se sumerjan en las aguas de este gran océano que representa
la historia de las culturas del extremo Oriente.
Así, veremos las
aventuras de los exploradores españoles, la piratería, el origen de la
idea de Robinson Crusoe y el personaje real que dio origen a esta novela, la cerrazón
de las culturas chinas y japonesas, el colonialismo europeo, y las
guerras sordas de las grandes potencias durante la primera parte del
siglo XX.
Un último comentario, pese a ser una obra inmensa y bien
documentada, dedica muy poco espacio e interés a los movimientos de
liberación nacional de esta región durant ele segundo tercio del siglo
pasado y parece evadir, tanto como sea posible, el avance de los
comunistas en aquellos lares. ¿Por qué sería? En verdad se los
recomiendo.
Bernal, Rafael, , Fondo de Cultura Económica, México, 519 pp., 2012. Sección de obras de Historia.
El gran océano
miércoles, 8 de marzo de 2017
El gran océano
Etiquetas:
Historia y Filosofía,
Libros
lunes, 6 de marzo de 2017
¿Realmente es necesario cortar la historia en rebanadas?
Palabra de lector 38
¿Es necesario dividir la historia en fragmentos? Y si es así, ¿hasta dónde se puede partir en gajos? Los historiadores en todas las eras han tratado de establecer distintas formas de periodización en forma de épocas, periodos, eras, horizontes, según le acomoda a cada uno de ellos.
Es muy probable que el primer modo de periodización sea el propuesto por Daniel en el Antiguo testamento. En una visión, el profeta ve cuatro bestias que son la encarnación de cuatro reinos sucesivos, cuyo conjunto constituirá el tiempo completo del mundo desde su creación hasta el final. Y fue hasta el siglo XII cuando los cronistas y teólogos retomaron la periodización propuesta con Daniel.
No podemos olvidar la propuesta hecha en el siglo VI d. C., por Dionisio el Exiguo: hacer un corte fundamental antes y después de la encarnación de Jesucristo. Para que, desde entonces, en occidente y a nivel internacional, el tiempo del mundo y de la humanidad se cuenta primordialmente “antes” y “después” de Cristo.
Esas son las preguntas y premisas que el historiador Jacques Le Goff se hace sobre esta manía de los historiadores. El investigador, uno de los más importantes estudiosos de la Edad Media, parte de estas ideas para preguntar si es válido separar la Edad Media de lo que hoy conocemos como el Renacimiento.
Desde su punto de vista, no hay un solo Renacimiento, sino varios a través de lo que se conoce como la Alta y la Baja Edad Media. Amén de que este periodo que separaría la llamada “edad oscura” con la modernidad es, en realidad, parte de ese largo espacio temporal entre la era antigua y la época del advenimiento del capitalismo.
En su libro, el autor apunta que es a partir del siglo XIV y sobre todo en el siguiente siglo, cuando algunos poetas y escritores, principalmente italianos, tuvieron la sensación de que evolucionaban en una atmósfera nueva: que ellos mismos eran a la vez el producto y los iniciadores de una cultura inédita. De ahí que surgiera de entre ellos la definición, de manera peyorativa, del periodo del que creían salir con ventura y que concluía con ellos, habría comenzado con el fin del Imperio romano, época que a sus ojos representaba el arte y la cultura que habría dado a grandes autores que, dicho sea de paso, conocían mal, como era el caso de Homero, Platón, Cicerón, Virgilio, Ovidio, entre otros. De esta manera, el periodo que intentaban definir tenía como única particularidad ser intermediario entre una antigüedad imaginaria y una “modernidad” imaginada, por lo que nombraron a esa etapa inmediatamente anterior como Edad Media.
De hecho, el término aparece por primera vez en 1469, como un valor de periodización cronológica que distingue a “los antiguos de la Edad Media, de los modernos de nuestro tiempo”, en la obra del bibliotecario papal Giovanni Andrea Bussi (1417-1475) y que se consolidaría como tal en el siglo XVIII, con filósofos como Leibniz y Rosseau.
Hay toda una serie de innovaciones que marcan una clara evolución y aportaciones al desarrollo de la humanidad entre los siglos XII y XV. La Edad Media tradicional transmitió el sentimiento de avanzar mirando al pasado, lo cual obstaculizó durante mucho tiempo la posibilidad de una nueva periodización.
Sin embargo, la visión cambia cuando en el siglo XIV, Petrarca arroja los siglos precedentes a la oscuridad y los reduce a un periodo de transición neutro e insulso entre la bella antigüedad y el renacimiento que él anuncia. A esto siglos se les da el nombre de Media aetas y así nace la Edad media.
Por su parte, el término Renacimiento, así como la definición de un periodo de la historia ubicado con este nombre –posterior la Edad Media y opuesto a ella-, apenas data del siglo XIX y se le debe a Jules Michelet (1798-1874). De ahí que para el autor el Renacimiento no representa un periodo particular; más bien constituye el último renacimiento de una larga Edad Media.
Finalmente, la idea e intención del ensayo que hoy nos ocupa es demostrar que en realidad estamos tratando con la existencia de una larga Edad Media, que incluye varios renacimientos y de la inadmisibilidad del Renacimiento como un periodo específico y posterior. Por lo tanto, no es necesario cortar la historia en rebanadas de esta manera, porque de hacerlo, estaríamos partiéndole su mandarina en gajos. Que lo disfruten.
Le Goff, Jacques, ¿Realmente es necesario cortar la historia en rebanadas?, Fondo de Cultura Económica, México, 109 pp., 2016. Traducción de Yenny Enríquez. Colección Obras de Historia.
¿Es necesario dividir la historia en fragmentos? Y si es así, ¿hasta dónde se puede partir en gajos? Los historiadores en todas las eras han tratado de establecer distintas formas de periodización en forma de épocas, periodos, eras, horizontes, según le acomoda a cada uno de ellos.
Es muy probable que el primer modo de periodización sea el propuesto por Daniel en el Antiguo testamento. En una visión, el profeta ve cuatro bestias que son la encarnación de cuatro reinos sucesivos, cuyo conjunto constituirá el tiempo completo del mundo desde su creación hasta el final. Y fue hasta el siglo XII cuando los cronistas y teólogos retomaron la periodización propuesta con Daniel.
No podemos olvidar la propuesta hecha en el siglo VI d. C., por Dionisio el Exiguo: hacer un corte fundamental antes y después de la encarnación de Jesucristo. Para que, desde entonces, en occidente y a nivel internacional, el tiempo del mundo y de la humanidad se cuenta primordialmente “antes” y “después” de Cristo.
Esas son las preguntas y premisas que el historiador Jacques Le Goff se hace sobre esta manía de los historiadores. El investigador, uno de los más importantes estudiosos de la Edad Media, parte de estas ideas para preguntar si es válido separar la Edad Media de lo que hoy conocemos como el Renacimiento.
Desde su punto de vista, no hay un solo Renacimiento, sino varios a través de lo que se conoce como la Alta y la Baja Edad Media. Amén de que este periodo que separaría la llamada “edad oscura” con la modernidad es, en realidad, parte de ese largo espacio temporal entre la era antigua y la época del advenimiento del capitalismo.
En su libro, el autor apunta que es a partir del siglo XIV y sobre todo en el siguiente siglo, cuando algunos poetas y escritores, principalmente italianos, tuvieron la sensación de que evolucionaban en una atmósfera nueva: que ellos mismos eran a la vez el producto y los iniciadores de una cultura inédita. De ahí que surgiera de entre ellos la definición, de manera peyorativa, del periodo del que creían salir con ventura y que concluía con ellos, habría comenzado con el fin del Imperio romano, época que a sus ojos representaba el arte y la cultura que habría dado a grandes autores que, dicho sea de paso, conocían mal, como era el caso de Homero, Platón, Cicerón, Virgilio, Ovidio, entre otros. De esta manera, el periodo que intentaban definir tenía como única particularidad ser intermediario entre una antigüedad imaginaria y una “modernidad” imaginada, por lo que nombraron a esa etapa inmediatamente anterior como Edad Media.
De hecho, el término aparece por primera vez en 1469, como un valor de periodización cronológica que distingue a “los antiguos de la Edad Media, de los modernos de nuestro tiempo”, en la obra del bibliotecario papal Giovanni Andrea Bussi (1417-1475) y que se consolidaría como tal en el siglo XVIII, con filósofos como Leibniz y Rosseau.
Hay toda una serie de innovaciones que marcan una clara evolución y aportaciones al desarrollo de la humanidad entre los siglos XII y XV. La Edad Media tradicional transmitió el sentimiento de avanzar mirando al pasado, lo cual obstaculizó durante mucho tiempo la posibilidad de una nueva periodización.
Sin embargo, la visión cambia cuando en el siglo XIV, Petrarca arroja los siglos precedentes a la oscuridad y los reduce a un periodo de transición neutro e insulso entre la bella antigüedad y el renacimiento que él anuncia. A esto siglos se les da el nombre de Media aetas y así nace la Edad media.
Por su parte, el término Renacimiento, así como la definición de un periodo de la historia ubicado con este nombre –posterior la Edad Media y opuesto a ella-, apenas data del siglo XIX y se le debe a Jules Michelet (1798-1874). De ahí que para el autor el Renacimiento no representa un periodo particular; más bien constituye el último renacimiento de una larga Edad Media.
Finalmente, la idea e intención del ensayo que hoy nos ocupa es demostrar que en realidad estamos tratando con la existencia de una larga Edad Media, que incluye varios renacimientos y de la inadmisibilidad del Renacimiento como un periodo específico y posterior. Por lo tanto, no es necesario cortar la historia en rebanadas de esta manera, porque de hacerlo, estaríamos partiéndole su mandarina en gajos. Que lo disfruten.
Le Goff, Jacques, ¿Realmente es necesario cortar la historia en rebanadas?, Fondo de Cultura Económica, México, 109 pp., 2016. Traducción de Yenny Enríquez. Colección Obras de Historia.
Etiquetas:
Historia y Filosofía,
Libros
Suscribirse a:
Entradas (Atom)