Palabra de lector 35
¿Hay ciudades invisible o partes de las ciudades que nos son invisibles? ¿Hay ciudades reales dentro de las invisibles o viceversa? Estas preguntas que en realidad deberían ser afirmaciones, podrían definir el maravilloso texto de Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles.
No se trata de una narración lineal sobre distintas urbes, sino una reflexión sobre aquello que las une y las separa. Reflexión que, por otra parte, y como suele suceder con la obra de este gran escritor, motivo para la verborrea intelectual que ha desmenuzado e interpretado y reinterpretado muchas veces lo que quiere decir el autor con este texto.
El lector no debe de buscar, pues, reconocer a cada una de las que ahí son descritas brevemente en cada texto, ya que hay una mezcolanza de muchas de ellas, complementadas con descripciones fantásticas, reflexivas y hasta filosóficas.
La historia de cada una de ellas, cuyos nombres son todos femeninos, nos llevan a pensar en alguna calle medieval de Barcelona, o una moderna avenida de Washington por la que en algún momento hemos pasado o paseado.
El texto está construido con nueve breves capítulos que, a su vez, están subdivididos en once grupos a saber: Las ciudades y la memoria, las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos, Las ciudades sutiles, Las ciudades y Los intercambios, Las ciudades y los ojos, las ciudades y el nombre, Las ciudades y los muertos, Las ciudades y el cielo, Las ciudades continuas y Las ciudades escondidas. Todas ellas abordables de cualquier manera, pues ni están agrupadas por temas ni siguen una continuidad en el tema, de tal manera que el lector puede entrarle al texto desde cualquier lugar, en cualquier orden y, de cualquier forma, tal y como a veces exploramos las ciudades, incluso nuestra propia metrópolis.
El libro está construido como una serie de relatos-informes de viaje que Marco Polo ofrece al gran Kublai Kan, el famoso emperador mongol, cuyos diálogos al principio y final de cada capítulo son de una sutileza maravillosa, que nos recuerda que el gran Kan no era un descendiente “bárbaro” cualquiera, sino un emperador cuya cultura estaba a la altura de las circunstancias.
Este emperador melancólico, dice Calvino, comprendió que su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, y donde un viajero imaginario le habla de ciudades imposibles, como la ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades, concéntricas en expansión, una ciudad telaraña sobre un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana.
Más aún, cuando el gran emperador le reclama a Polo que no le habló de Venecia, el narrador le contesta: “¿pues de qué ciudad crees que te he estado hablando?” Lo que nos muestra que una ciudad es todas las ciudades y todas ellas son una sola. Por cierto que esta frase encontrada en el discurso de un libro ya abordado en este espacio, La historia de las alcobas, fue el motivo de tomar este texto y devorarlo.
Tal vez, reflexiona el autor, el que estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana, Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de esas mismas ciudades. Hoy se habla con la misma insistencia tanto de la destrucción del entorno natural como de la fragilidad de los grandes sistemas tecnológicos que pueden producir perjuicios en cadena, paralizando metrópolis enteras. La crisis de la ciudad demasiado grande es la otra cara de las crisis de la naturaleza.
Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, necesidades, signos, lugares de trueques, intercambios, guerras de todo tipo. Pero al final, lo que realmente importa es descubrir las razones secretas que han llevado al hombre a vivir en las ciudades, razones que puedan valer más allá de todas las crisis.
Un último comentario. Para este escribidor, Las ciudades y el cielo. 4, la ciudad de Perinzia y, Las ciudades escondidas. 4, Teodora, son los mejores relatos. Qué los disfruten.
Calvino, Ítalo, Las ciudades invisibles, 23ª. edición, Ediciones Siruela, España, 171 pp., 2013. Traducción de Aurora Bernández. Biblioteca Calvino, número 3.