lunes, 22 de enero de 2018

Cuando la fama no hace al maestro

Palabra de lector 50

Ser famoso no nos convierte en grandes escritores. El ejemplo más evidente de los últimos tiempos es aquel “escritor” de lengua portuguesa que escribe de temas new age, que vende mucho pero no aporta nada a la literatura.
Aunque no llega de ninguna manera a esos niveles, pero sí viene precedido de una enorme cauda de prestigio, es el caso de George R.R. Martin, quien fuera catapultado a la fama mundial y absoluta con su saga: “La canción de fuego y hielo”, mal conocida como la Guerra de Tronos, pues es en realidad el nombre del primer volumen.
Si bien el autor demuestra ser un buen escritor del género de la fantasía épica, basándose en la fórmula norteamericana del best seller, donde en términos muy generales se trata de crear una escena de acción cada determinado número de líneas, de tal manera que mantenga al lector a la expectativa durante la lectura del texto, lo cual al final reditúa en muy buenas ganancias y lectores.
Como decíamos, Martin posee buen oficio para el género fantástico. Prueba de ello es su más reciente libro El caballero de los siete reinos (ya reseñado en este mismo espacio), así como algunas novelas cortas editadas en varias recopilaciones. Sin embargo, una cosa es chiflar y otra comer pinole... Pocos, pero muy pocos escritores pueden presumir de ser reconocidos tanto en el género de la fantasía como en el de la ciencia ficción. La gran maestra Úrsula le Güin es una; Phillip Pullman, Poul Anderson y Robert Jordan son otros. Pero no es el caso del señor Martin.
Si bien, mucho antes de escribir sobre la familia Targaryen, el escritor ya publicaba sobre diversos géneros y había ganado diversos reconocimientos, no significa que sea, al menos en la ciencia ficción, un escritor de primera línea.
No es que el autor no le sepa a esto de la “escribida”, sino que no acaba de convencer. De los 17 relatos que conforman la antología, en dos volúmenes a la que nos referimos, sólo un cuento se salva. El relato que da título al segundo volumen, Viajeros de la noche, resulta una historia interesante y bien acabada.
El resto y en general, son historias bien estructuradas, muchas de ellas emocionantes y que mantienen al lector pegado al texto, pero que tienen un pequeño detalle: no terminan bien.
Al parecer, al autor se le indigestan los finales, o son demasiado previsibles, o de plano, da la sensación de que no supo cómo concluirlos. Al menos esa es la idea que le dio a este escribidor.
Por ejemplo, el que da título al primer volumen, Una canción para Lya, a la mitad de la historia uno prevee cuál será el final, y el autor no nos decepciona. Tal vez, al tratar de dar un giro filosófico a la historia, se le va el sentido de la misma de las manos.
Eso sí, cada una de las historias está enmarcada en escenarios exóticos, con una gran variedad de personajes variopintos, llamativos, dignos de una película de La guerra de las galaxias que visten hermosamente los relatos, pero no aportan nada a las historias.
Asimismo, una obsesión por las habilidades psíquicas pulula en las historias a falta de ideas interesantes que le dan coherencia a lo que exigen los relatos de la ciencia ficción.
Las historias son bonitas e interesantes, pero el final, ese maldito final no le ayuda en nada a este creador de historias. Al menos así le parece a este fanático de la ciencia ficción que, desde los 15 años (1975), es devorador irrestricto de obras de este género.
Servidos.
Martin, R. R., George, Una canción para Lya, Ciencia ficción I, Penguin Random House Grupo editorial, Argentina, 314 pp., 2017. 
Martin, R. R., George, Viajeros de la noche, Ciencia ficción II, Penguin Random House Grupo editorial, Argentina, 338 pp., 2017.