viernes, 31 de agosto de 2018

Dioses y seres del viento


Palabra de lector 55
Como es bien sabido, los dioses en Mesoamérica antes de la conquista suelen tener diversos atributos y similitudes entre las distintas culturas de la región.
Así, encontramos a los dioses creadores, con diversos nombres, pero atributos parecidos, dioses de la lluvia, el maíz, el comercio, la guerra o los importantísimos dioses civilizadores. Todo depende del atuendo y el color con que se les vista.
Sé que ésta puede ser una explicación simplista y superficial, pero, para los intereses de este pequeño texto, es más que suficiente.
De ahí entonces la pregunta: ¿por qué entre los mayas no existe un dios o más bien un perfil del dios del viento en la figura de Kukulcan como su contraparte Quetzalcoatl? Ambos, en el contexto de serpiente emplumada, se emparejan, pero no hay una versión de un Kukulcan del viento, el aire, las fuerzas invisibles del viento, como existe en el Quetzalcoatl-Ehécatl.
Éste es el tema que ocupa a Martha Ilia Nájera, en su obra Dioses y seres del viento entre los antiguos mayas.
Dice la investigadora universitaria, que el aire es el elemento etéreo que anima los cuerpos de los vivos; es el aliento o el espíritu de los dioses que permite la vida en el cosmos. Por lo que se convierte en el fluido sagrado y la connotación de viento, aire, que adquiere una dimensión distinta de ser un mero fenómeno físico, para convertirse en un elemento esencial a fin de entender y explicar el universo sagrado y su manifestación, a veces profana, en el mundo cotidiano de la cultura maya.
La investigadora del Centro de Estudios Mayas afirma que, por lo tanto, es el viento, por excelencia, un mediador sutil entre este mundo y el otro. De ahí que su aparición, de muy diversas formas en la iconografía de los mayas, lo ubique y sea atributo de muy diversos dioses, entre ellos el dios GI e itzamnaaj, en diversos momentos de la historia de este pueblo.
Como consecuencia, dada la enorme complejidad de la simbología de los mayas prehispánicos, el concepto y el atributo de esta sutilidad está tejida en una compleja red simbólica que comunica a los hombres con los dioses, semejantes y opuestos, entre los seres de este mundo y del más allá.
Incluso en la actualidad, los chamanes mayas le consideran una fuente de numerosos males físicos, los famosos “aires” perjudiciales y destructivos, que por su naturaleza son los agentes de las enfermedades frías.
De hecho, los vientos suelen aparecer en numerosos conjuros que hoy los sanadores mayas utilizan para tratar muchas enfermedades, como es el caso del ikal ual o “viento-retozón”, y el ikal xol, “viento-putañero”, culpables, entre otros males, de problemas con la erección masculina.
La especialista pasa revista, a lo largo de la obra, a las muy diversas alusiones o apariciones de elementos que están relacionados con el fenómeno, los cuales incluso forman parte de los atributos de algunos dioses que, con ellos, asumen el rol de númenes o dioses del viento.
También se incluyen animales u objetos que están directa o indirectamente relacionados con el mismo tema, de tal manera que, en algunos casos, algunas de las figuras, esculturas o glifos pueden leerse de otra manera o enriquecen su lectura.
Se trata pues, de un trabajo que arroja importantes datos y luz sobre este apasionante aspecto de la iconografía y la religión de los mayas. Con lo cual, se da un importante paso más en el entendimiento del complejo pensamiento religioso y simbólico de esta gran cultura. 

Najera Coronado, Martha ILIA, Dioses y seres del viento entre los antiguos mayas, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, 188pp., México, 2015. Centro de Estudios Mayas.

domingo, 26 de agosto de 2018

Las legiones malditas

Palabra de lector 54

Las segundas guerras Púnicas son quizá las más famosas de las tres guerras entre Cartago y Roma, principalmente por la enorme gesta militar que Aníbal realizó al atacar a la poderosa Roma desde el norte de Italia, cruzando los Alpes desde España, con elefantes y todo. Además de la historia de Publio Cornelio Escipión, que será conocido por la posteridad como El Africano.

En este periodo se llevan a cabo dos de las más sangrientas batallas de aquel tiempo. La batalla de Cannas (216 a.C.) donde, con fuerzas inferiores en número y en un terrero escogido por los romanos (entre el río y la pendiente), Aníbal dirigió la que se conocer como la “batalla perfecta”, admirada y estudiada por los militares de todos los tiempos hasta nuestros días.

Su táctica consistió en aprovechar la misma fuerza de ataque del enemigo, para utilizarla en su contra. Cuando los romanos ya habían penetrado profundamente en sus filas, y entusiasmados al verse fácilmente vencedores, su enemigo realizó una maniobra envolvente con tropas de refresco (que había situado en dos columnas, detrás de la línea de choque), las cuales despedazaron al ejército romano.

Aníbal manejó una táctica de tenaza: tras colocar a la infantería en el centro, en la que confiaba menos, con los flancos compuestos de caballería cartaginesa, sus líneas fueron adoptando una forma de luna creciente, haciendo avanzar a sus tropas veteranas de los laterales. En los flancos, la caballería púnica puso en fuga a la romana, y luego atacó al enemigo por la retaguardia.

El resultado de aquel enfrentamiento: entre 50,000 y 80,000 muertos en el bando romano, entre ellos Lucio Emilio Paulo (uno de los generales a cargo del ejército romano), unos 80 senadores y más de 20,000 prisioneros.

Los supervivientes del desastre de Cannas fueron reconstituidos en dos legiones que acabaron la campaña de ese año en Campania bajo mando de Marco Claudio Marcelo, y al inicio del siguiente consulado fueron asignados a Sicilia como castigo por su humillante deserción en el campo de batalla, donde permanecerían hasta que el año 204 a.C., cuando Publio Cornelio Escipión los llevó a África para una campaña de dos años y que culminaría con el fin de la guerra.

La otra es precisamente la batalla de Zama (202 a.C.), que significaría la derrota definitiva del gran general Cartaginés a manos del no menos famoso Escipión, llamado el africano a raíz de este hecho. En ella, Aníbal recurrió a su genio táctico, Escipión a la astucia.
Para neutralizar a los elefantes, la más temible de las armas cartaginesas, el romano hizo sonar todas las trompetas de su ejército. Las bestias, aterrorizadas, huyeron en desbandada aplastando a la propia caballería cartaginesa. Aunque la infantería de Aníbal presentó batalla hasta el final, el gran general no pudo evitar su completa derrota.
Éstos, pues, son los hechos que Santiago Posteguillo nos presenta en una magistral narrativa, ilustrada por una imaginación desbordante que ilumina con las luces de la fantasia dicho enfrentamiento en el libro Las Legiones malditas. Este texto es el segundo volumen de una trilogía que inicia con Africanus, el hijo del cónsul y que culminará con La traición de Roma.
Escrito con agilidad y maestría, esta novela histórica lleva al lector a los campos de batalla, los viajes en el Mediterraneo a los territorios de Hispania y África en una gesta inolvidable, sin dejar de lado las intrigas políticas en el Senado romano y la vida doméstica de la Roma antes de Cristo. Vale la pena.

Posteguillo, Santiago, Las legiones malditas, Ediciones B, Barcelona, 860 pp., 2014.