Palabra de lector 4
Como se darán cuenta, no podemos evitar el comparar a
nuestros escritores favoritos, así que podemos decir que Kipling sólo puede
equiparase con Joseph Conrad en cuanto a la descripción con tanto ardor de la
experiencia del Imperio. Ambos fueron capaces de brindar el encanto de las
imágenes y la sensualidad de aquellas tierras que muchos de su coetaneos jamás
podrían visitar. Los dos solían vestir, con sensual encanto, la campaña
británica en el extranjero, además de sufrir con los problemas tradicionales de
la domesticidad y los amores románticos.
En la novela que nos ocupa, Kim, por ejemplo, los Sahib
(hombres blancos) aparecen casi como seres bondadosos, sabios y más allá de
cualquier contradicción. Parecen encajar en un mundo idílico, donde el imperialismo
es visto como una bendición para el escritor y sus lectores. A lo largo de su
obra, Kipling no parece distinguir ninguna contradicción entre la realidad de
los países colonizados --en su caso la India-- y la brutalidad del capitalismo
imperialista, que presentaría su peor cara en la aventura del Congo a cargo del
gobierno Belga.
La contradicción, en todo caso, viene de la mentira que
anida en los hombres. Ni aun en el caso de Kim
podemos atisbar una lucha ideológica entre las diferentes fuerzas en disputa,
sino una lejana idea de que el mal está por ahí, en algún lugar, lejos de
nuestro universo; y en el caso de que dicha maldad nos alcance será a través de
los personajes encarnados por los espías extranjeros, los rusos, quienes tienen
el derecho y la oportunidad de redimirse en el mundo que habita un niño de origen
irlandés, criado por la cultura hindú, quien coquetea y acepta tácitamente las
ideas muslmanas y quien se convierte en el guía-aprendíz (Chela) de un santo
budista.
Apuntemos que cuando Kipling debe viajar a Inglaterra y debe
enfrentarse a la disciplina escolar en aquella patria, queda marcado
definitivamente a través de su trato con una tal señora Holloway de Southse.
Relación que resultaría tan traumática que fue tema constante de inspitación en
su obra: la relación entre la juventud y la autoridad hostil.
Para Kipling y su obra, el mundo es un universo de hombres.
El hecho de que las mujeres acosen a Kim cuando crece, no es m
ás que una enorme dificultad para participar en el Gran Juego, la
otra parte del drama de esta historia, aunque no la más importante.
Así que además de encontrarnos con un mundo masculino
dominado por los viajes, el comercio, la aventura y la intriga, también nos
topamos con un escenario célibe, donde el romanticismo común de la ficción y su
consecuencia lógica, el matrimonio, son evitados, engañados o prácticamente ignorados.
Creemos que es válido leer a Kim como una de las más grandes
novelas de la literatura universal, (no por algo recibió el premio Nobel de
lietratura en 1907) al margen de su carga de circunstancias políticas e
históricas. De todas formas no podemos olvidar sus conexiones con la realidad
de su tiempo y que Kipling observó con tanto cuidado. Sin duda, los personajes
de Kim, Creighton, Mahbub, el babu e
incluso el Lama ven la India como la veía Kipling: parte del Imperio Británico,
un mundo en conflicto que Kipling jamás percibió, simple y llanamente porque
nunca ¡lo vio!; para él no existía tal conflicto.
No podemos leer Kim como un relato de aventuras de un muchacho,
o como una descripción detalladísima de la vida de la India; de hacerlo así
entonces no disfrutaremos la novela que Kipling escribió en realidad. Kim es una
contribución fundamental a esa orientalización de la India de la imaginación, y
también lo es a eso que los historiadores llamamos la “invención de la
tradición”.
Que lo disfruten.
Kipling, Rudyard, Kim, Ramdom House Mondadori, España, 445
pp., 2006. Traducción de Verónica
Canales. Colección Grandes Clásicos.
Hannah Arendth en la segunda parte de su obra Los orígenes del totalitarismo cita esta novela para referirse al imperialismo como antecedente de los sistemas totalitarios de Satalin y Hitler.
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