martes, 11 de agosto de 2015

La utopía digital





Palabra de lector 3

Durante décadas, los optimistas de la tecnología nos han vendido conciente y machaconamente un paraíso llamado Tecnoland. Lugar donde sólo a través de los programas y los fierros de alta tecnología podremos ser felices y libres.
A lo largo de más de 30 años como periodista especializado en temas de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones, nunca he escuchado ni la más mínima frase crítica sobre la tecnología. Tanto los fabricantes como sus comercializadores suelen tener una visión utilitariamente positiva sobre su actividad, su mercado y su futuro.
Ese futuro que en realidad es una ciberutopía y, en su peor escenario, un enorme ciberfetichismo que está dando al traste al tejido social y a la lucha en pos de sociedades más justas para con los que menos tienen. El optimista tecnológico está convencido de que la revolución y el cambio está a un click de distancia, sólo es cuestión de creer en ello y utilizar adecuadamente los dispositivos tecnológicos.
En su libro, Sociofobia: el cambio político en la era de la utopía digital, César Rendueles (Girona, 1975) nos llama la atención sobre este delicado tema que molestará, seguramente, a los optimistas tecnológicos, quienes empujan voluntaria o involuntariamente estos mercados valuados en miles y miles de millones de dólares.
Para el autor y para quien esto escribe, la postmodernidad acelera el movimiento de destrucción de los vínculos sociales tradicionales, tales como las historias laborales, las relaciones afectivas o las lealtades políticas. A cambio, nos ofrece una supuesta nueva forma de sociabilidad basada en las crecientes redes de contactos entre sujetos frágiles, nodos tenues pero tupidos y conectados a la aparatosa ortopedia tecnológica. Ahora se tiende a hablar de las relaciones colectivas en razón de las redes sociales virtuales, y a partir de ese tamiz se miden los acontecimientos políticos, económicos o demográficos, las creaciones culturales, etcétera. Hoy los “críticos” literarios y del arte que pululan en las redes, tienen un enorme poder a través de un click sin necesidad de poseer una preparación adecuada y necesaria. La cultura y sus críticos pasan hoy por la supercarretera del fast track.
No nos sentimos, dice Rendueles, interpelados por el doble fracaso del hipercapitalismo en el tercer mundo, porque simple y llanamente nuestras sociedades se piensan a sí mismas como un tejido reticular, al mismo tiempo sutil y denso, con vínculos sociales cuya fragilidad queda compensada por su abundancia. Internet hace  realidad la utopía sociológica del comunismo: un delicado equilibrio de libertad individual y calidez comunitaria, o al menos el espejismo que nos pueden proporcionar facebook y Google.
El Ciberutopismo es pues una forma de auto engaño. Nos impide entender que las principales limitaciones a la solidaridad y la fraternidad son la desigualdad y la mercantilización.
Dice el autor: “Pienso que Internet no es un sofisticado laboratorio donde se está experimentando con delicadas cepas de comunidad futura. Más bien es un zoológico en ruinas donde se conservan deslustrados los viejos problemas que aún nos acosan, aunque prefiramos no verlos.”Para los optimistas tecnológicos, no es necesario que se den cambios políticos importantes para maximizar la utilidad social de la tecnología. Al contrario, para ellos la tecnología tiene el potencial para rebasar los mecanismos tradicionales de organización y es, al mismo tiempo, una fuente automática de transformaciones sociales liberadoras. Una idea que tiene sus orígenes en la zona de Silicon Valley, donde se cree que las relaciones entre los artefactos no sólo están sentando las bases materiales para una reorganización social más justa y próspera, sino también produciendo esas mismas transformaciones. A falta de argumentos, su discurso se basa enla idea de que el peso social de estos trastos y sus usos, emanan una influencia “mágica” per se.
Tal vez se crea que internet es la realización misma de la esfera pública. Pero de ser así, tendríamos que aceptar que el objetivo de la sociedad civil es el porno y los videos de gatos y perros. No es anecdótico, las pruebas empíricas sugieren sistemáticamente que internet limita la cooperación, la participacion ciudadana y la crítica política; no las impulsa y, si no lo cree, sólo revise el contenido de su muro en Facebook.
Así, la participación en el entorno tecnológico es el vector que unifica la plasticidad extrema de nuestra propia identidad personal. Dicho de otra manera: miembros de facebook, uníos… para ser miembros de facebook.
Para concluir. Internet es la utopía postpolítica por autonomacia. “Se basa en la fantasía de que hemos dejado atrás los grandes conflictos del siglo XX. Y sus navegantes se imaginan que los cambios culturales y simbólicos nos alejan del craso individualismo liberal, donde el interés egoísta en su sentido más grosero era el motor del cambio social. Se imaginan un mundo lleno de emprendedores celosos de su individualidad, pero creativos y socialmente concientes. Donde el conocimiento será el principal valor de una economía competitiva pero limpia e inmaterial. Donde los nuevos líderes económicos estarán más interesados por el surf que por los yates, por las magdalenas caseras que por el caviar, por los coches híbridos que por los deportivos, por el café de cultivo ecológico que por Dom Perignon.”
Internet y sus aplaudidores de la tecnoutopía no son más que una cortina de humo, un bálsamo de irrealidad para una herencia histórica insoportable, donde la consistencia de la realidad parece violentamente excesiva. “La razón de la marcha ya no atruena, como dice el verso de La Internacional: ahora es una suave y trivial música ambiental que fluye a través de los auriculares de nuestros iPods.”
Este medioambiente del hiperconsumismo ciberfetichista nos somete a una presión brutal en sentido contrario: teclear ciento cuarenta caracteres vestidos como payasos con ropa de marca es la nueva frontera de la banalidad.

Rendueles, César, Sociofobia, el cambio político en la era de la utopía digital, Editorial Capitán Swing, España, 196 pp., 2013.

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