domingo, 9 de diciembre de 2018

Hablemos sobre el poder


Palabra de lector 59
Ahora que los tiempos están cambiando, como dijera el maestro Bob Dylan, y nos encontramos con numerosos opinólogos de clóset, antes apolíticos y ahora rabiosos críticos del nuevo régimen, sería bueno hacer algunas reflexiones sobre el PODER, que no es poca cosa y que permitiría entender mejor los dimes y diretes de la política nacional.
Este acercamiento a la idea del poder no está hecha a través del derecho o de la política misma, sino desde el origen del todo, la filosofía. Qué mejor guía que las reflexiones sobre el tema de el super star de la filosofía actual, el señor Byung-Chul Han, de su libro Sobre el poder, de editorial Herder.
Antes que nada, debemos decir que éste es de los pocos libros que hemos revisado en formato electrónico y que nos sigue pareciendo abominable la lectura digital. Por otro lado, éste es el tercer libro del autor que comentamos en este espacio.
También debemos advertir que el texto no es una lectura fácil para alguien que no cuente con las bases teóricas del pensamiento filosófico; puede ser complejo, incomprensible en algunos pasajes y hasta tedioso, pero haga el esfuerzo. Más si le ha dado por opinar en torno a los acontecimientos del México actual. Así hablará con cierto conocimiento de causa y no como periquito que repite lo que los medios oficiosos publican.
De entrada, déjeme decirle que el autor basa su reflexión principalmente en cinco pensadores: Nikas Luhmann, Michel Foucault, Friedrich Nietzsche, George Wilhem Friedrich Hegel y Martín Heidegger.
Para comenzar, el autor apunta que el poder se asocia inevitablemente tanto con la libertad como con la coerción, ya que para unos se basa en la acción común y, para otros, guarda relación con la lucha.
El autor afirma que el poder suele entenderse como la capacidad del yo para imponer sus decisiones, sin necesidad de tener en consideración al otro; si bien no tiene que asumir la forma de una coerción, cuanto más poderoso sea, con más sigilo opera.
De esta manera, el poder como coerción impone decisiones propias en contra de la voluntad del otro, mientras que un poder superior es aquel que configura el futuro del otro, y no aquel que lo bloquea.
Bajo esta premisa, un poder libre significaría que el otro obedece libremente al yo. Quien quiera obtener un poder absoluto, no tendrá que hacer uso de la violencia sino de la libertad del otro. Y ese poder absoluto se habrá alcanzado en el momento en que la libertad y el sometimiento coincidan en todo.
En resumen, el poder no se basa en la opresión.
Aquí hay que apuntar que la obediencia, fundamental para el poder, presupone una libertad, pues sigue siendo una elección. Por el contrario, la violencia física destruye incluso la posibilidad de obedecer. Hay más actividad y libertad en la obediencia, que en el sufrimiento pasivo de la violencia.
Ahora, si el poder careciera de voluntad, conduciría a un vacío del sentido, ya que éste es lo único que permite que las cosas participen de sentido. De ahí que el poder sea elocuente, articula el mundo nombrando las cosas y determinando su “hacia dónde” y su “para qué”.
Por ello, el poder crea significatividad al configurar un horizonte de sentido, en función del cual se interpretan las cosas que se vuelven significativas y obtienen un sentido en atención al poder.
Sin embargo, Foucault piensa que el poder asume la forma taimada y cotidiana de la norma, ocultándose de ese modo como poder y haciéndose pasar por sociedad.
El poder incrementa, de esta manera, su eficiencia y estabilidad ocultándose, haciéndose pasar por algo cotidiano u obvio. En eso consiste la astucia del poder.
Finalmente, el poder no se inscribe únicamente en el hábito. La nacionalización de una masa o la formación de una cultura nacional, que se producen por medio de símbolos o narraciones, representan una continuidad de sentido de la que se sirve el poder. La fragmentación no es ventajosa para el poder. El establecimiento de una configuración de sentido homogénea y nacional asegura la lealtad de las masas y, por medio de ellas, el dominio.
La dictadura de uno no opera mediante represión ni prohibiciones. Más bien asume la figura de lo habitual. Es una dictadura de la obviedad. El poder que opera a través de la costumbre es más eficiente y más estable que el poder que emite mandatos o que ejerce coerciones.
Que les aproveche.
Han, Byung-Chul, Sobre el poder, Editorial Herder México, edición digital, Barcelona, 153 pp., 2016. Traducción de Alberto Ciria. Colección Pensamiento Herder.

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