Ya en un texto anterior habíamos hecho referencia a uno de los antropólogos, a nuestro entender, más influyentes del pasado siglo. Nos referimos, obviamente al querido y malogrado Pierre Clastres.
Este antropólogo, de corte anarquista, ha sido quizás el especialista más incómodo para la antropología tradicional, encabezada por Claude Lévi-Strauss y a quién en este texto, para variar, lo deja muy mal parado y no hablemos siquiera de los antropólogos marxistas los cuales no merecen apenas unos cuantos párrafos lapidatorios.
El texto que hoy nos ocupa, Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas, es un pequeño trabajo que aborda el papel de la guerra en las sociedades primitivas.
La primera parte del texto, incluye una rápida visión de cómo han visto los diferentes viajeros y especialistas a este tipo de sociedades, desde el descubrimiento de América hasta la actualidad. Si bien, Clastres centra su análisis en las visiones de Thomas Hobbes y Claude Lévi-Strauss, no deja títere con cabeza desde los primeros exploradores y sus ideas sobre el buen salvaje o el Ser para la guerra, hasta las percepciones actuales, muchas de las cuales han sido concebidas en la comodidad del gabinete.
La segunda parte, se enfoca ya en la propuesta de este investigador que tomara, como base de sus estudios, a la etnia de los Yanomani, habitantes del Amazonas venezolano y con los cuales viviera durante un largo periodo, estudiando a este grupo, considerado el más primitivo del planeta.
En primer lugar, dice Clastres, hay que asumir que las sociedades primitivas, es decir las sociedades sin división de clases y basadas en las unidades familiares, son sociedades de la abundancia y, por ende, sociedades del ocio, lo que significa que son sociedades autosuficientes que desconocen la acumulación de cualquier tipo de excedentes y riqueza y que, si bien existe la figura del jefe, éste no tiene más poder que el ser solamente el portavoz de la comunidad.
En segundo lugar, estas sociedades viven y buscan mantener la unidad como grupo, la libertad del mismo y la dispersión en el terreno físico donde habita, de tal manera que conceptos como el intercambio, es un mal necesario, aun cuando se trate del intercambio de mujeres (pues recuérdese que en estas sociedades el incesto es uno de los tabús más importantes), así como el de ver al vecino, como el otro, el extraño y, en última instancia, como el enemigo, a menos que se le considere digno de convertirse en un aliado coyuntural.
Y es aquí que, para poder mantener este equilibrio, es necesaria la guerra, y no hablamos de una guerra de conquista, que daría lugar a la primera opresión al existir un vencedor y un vencido, sino como una forma de garantizar la dispersión y la independencia de cada una de estas comunidades. De tal manera que el salvaje vive en un estado permanente de alerta guerrera. Dice Clastres: “la guerra no es efecto de la fragmentación, sino que la fragmentación es efecto de la guerra. Y no sólo su efecto, sino su finalidad. La guerra es a un tiempo causa y medio de un efecto y una finalidad buscados: la fragmentación de la sociedad primitiva. En su ser, la sociedad primitiva quiere la dispersión.”
Por ello, la comunidad se asume como tal, cuando sólo se inscribe en ella el grupo local, lo demás, lo que se encuentra más allá de su territorio, es lo extraño y cuando mucho un aliado que puede estar cerca ya sea a través del intercambio y/o del parentesco.
¿Qué importancia tiene todo esto? Simple. ¿Cómo podemos entender el proceso de complejidad de la humanidad y sus culturas, si no podemos explicar cuáles eran las características originales de la humanidad, y de cómo fue que éste paraíso se perdió definitivamente cuando el poder apareció y fue detentado por unos pocos sobre otros muchos?
Clastres, Pierre, Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas, 2da. Edición, FCE, Argentina, 2009, 79 p. Colección popular 646. Trad. Luciano Padilla López.
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