“Hay un cuadro de Paul Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece estar a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del angel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”[1]
Ese progreso, del que habla Walter Benjamin, en la
actualidad está íntimamente ligado a la idea de la tecnología. La percepcion
del avance de la humanidad, desde la revolución idustrial se ha ligado
irremediablemente con el del progreso y desde la segunda mitad del siglo pasado
con la alta tecnología. No hay ámbito del quehacer humano que, de una u otra
forma sea asociado a las computadoras y sus derivados.
Y en esta nueva
percepción, la creación de un nuevo personaje histórico, el del
hiperconsumidor. Producto de una nueva cara del capitalismo y criado y alentado
por las filosofías y las acciones del neoliberalismo globalizante que ha traido
a la piedra de sacrificios, cual Ifigenia, al mismo ser humano, al mismo
consumidor que se inmola en las propuestas de los grandes mercados y las ideas
de las modas, los hedonismos y la felicidad. Hemos creado un nuevo fetiche: las
Tecnologías de la Informacion y las comunicaciones.
En esta nueva era, el personaje del hiperconsumidor, como lo
define Gilles Lipovetsky (Lipovetsky 2013), ya no está sólo deseoso de
bienestar material, se convierte en un rabioso demandante de un confort
exponencial, de un buscador incansable de la armonía interior y la plenitud
subjetiva que se cristaliza en el florecimiento de las técnicas derivadas del desarrollo
personal y el éxito de las doctrinas orientales, las nuevas espiritualidades,
las guías de la felicidad y de la sabiduría. Todo ello adosado a una demanda
enorme de los más modernos avances tecnológicos. Se puede meditar, ser
vegetariano o comprometerse con el planeta, pero todo a través de la
computadora, el internet o una intensa
comunicación vía la telefonía celular. Por lo que este hiperconsumidor se puede
también definir como un tecno-consumidor.
La regla de los nuevos tiempos es cada vez más el
multiequipamiento con complicados sistemas de alta fidelidad controlados por
procesadores de última generación, cámaras fotográficas digitales, smartphones,
computadoras, un macroequipamiento que, innegablemente, permite una relajación
de los controles familiares, una mayor “independencia” de los jóvenes, más
autonomía personal en lo cotidiano. En pocas palabras, prácticas de un
consumismo altamente individualizado y tecnificado. Somos nostros, los únicos,
los detentadores de una felicidad única, donde no es necesario el concurso de
los otros, que han dejado de ser los próximos para convertirse en sombra y, en
el mejor de los casos, en avatares virtuales que navegan, junto con nosotros en
las sociedades artificiales de las redes, del ciberespacio.
En la actualidad los ideales de competición, iniciativa y
autosuperación se imponen al parecer en este punto como normas generales de
comportamiento, pues han conseguido penetrar y modificar las costumbres y los sueños.
Las antiguas utopías están muertas, lo que “inflama” la época es un estilo de existencia dominado
por el “ganar”, el éxito, la competencia, el yo eficaz. Ser el mejor,
sobresalir , superarse: es la sociedad democrática convertida a la religión del
perfeccionismo, vector de una plenitud personal de masas. Somos una sociedad
que esta a un click de la fama, de la popularidad. Hoy una foto, un pequeño
texto, un video pueden ser la diferencia entre el anonimato y la gloria de
tener miles y porqué no, millones de seguidores aunque en el fondo y no tan
profundamente, sea tan insustancial como vanal. Aunque, hay que decirlo, hoy
hay publico para todo y para todos.
Ha nacido una nueva modernidad que coincide con la
“civilización del deseo, que se construyó durante la segunda mitad del siglo XX,
y que se consolidó con la llegada de las computadoras personales y la ubicuidad
del internet.
El siglo XXI trae su cauda de autismo, de analfabetismo
funcional, de individualismo egoista, del sueño del newage y el sincretismo de
las ideas cientificistas mezcladas con las supuestas sabidurías ancestrales. Se
importan no las filosofías orientales, sino sus cáscaras para no indigestarnos
de sabiduría, para sólo empaparnos, no
más tantito, de ritos y creencias deformadas.
Llegamos ansiosos de más y más tecnologías que nos cubran,
que constituyan un muro de defensa ante una realidad abrumadora y
decepcionante. La tecnología pues, se convierte definitivamente en el paliativo
social por excelencia, pues todo se pretende resolver a través de ella, es la
varita mágica con la que resolveremos nuestra falta de competitividad, nuestro
rezago educativo, la falta de empleos bien remunerados y nuestro exilio en los
grandes mercados, para ser un gran jugador en la maquila y, por qué no, en el
consumo de una droga que se inyecta a través de la pantalla de cristal líquido.
Se nos atasca de movilidad, ubiciudad, productividad más allá del trabajo, de
la localización a cualquier hora, en cualquier lugar. Se nos enseña que podemos
tener toda la información al alcance de los dedos y eso nos hace poderosos,
funcionales y productivos, si ¿pero a qué costo? Fácil, hemos destruído el
tejido familiar, el social y el comunitario, a cambio de ir en pos de lo que
las grandes corporaciones nos han vendido: productividad, velocidad, ubicuidad.
Los gobiernos en turno ponen sus esperanzas en la tecnología
avanzada, que se sigue adquiriendo a través de la corrupción, del chayo, del
embute, del amiguismo, del compadrazgo. Adquiérase, pero no se use, sigue
siendo la consigna, porque pensamos que esa es la regla de la modernidad.
Este es, pues, el reino del cómputo personal y del internet.
Esta revolución es inseparable de las últimas orientaciones
del capitalismo dedicado a la estimulacion perpetua de la demanda, a la
comercialización y multiplicacion infinita de las necesidades: el capitalismo
del consumo ha ocupado el lugar de la economía de producción. En el curso de
unos decenios, la sociedad opulenta ha trastocado los estilos de vida y las
costumbres, ha puesto en marcha una nueva jerarquía de objetivos y una nueva
forma de relacionarse con las cosas y con el tiempo, con uno mismo y con los
demás.
[1] Walter Benjamin, Tesis
de la filosofía de la historia, En: Samoilovich, Daniel, El libro de los seres alados, 451
editores, España, 365 pp., 2008.
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