miércoles, 14 de octubre de 2015

El fetichismo tecnológico, II.


La vida en presente ha reemplazado a las expectativas del futuro histórico y el hedonismo a las militancias políticas; la fiebre del confort ha sustituído a las pasiones nacionalistas y las diversiones a la revolución.
Apoyado en la nueva religión de las incesantes mejoras de las condiciones de vida , el vivir mejor está convertido en una pasión de masas, en el objetivo supremo de las sociedades democráticas, en un ideal proclamado a los cuatro vientos(Lipovetsky, 2006).
La dinámica de individualización de los productos sólo ha podido alcanzarse gracias a la alta tecnología basada en la microelectrónica y la informática. Las nuevas tecnologías industriales han permitido el florecimiento de una producción a medida de las masas, ya que consiste en ensamblar de manera individualizada módulos prefabricados. Ciertos servicios, por ejemplo, ofrecen 20,000 sonidos y logotipos destinados a personalizar los teléfonos móviles. Nos esforzamos por ser diferentes, para seguir iguales. Y las grandes empresas lo saben y lo explotan, nos ofrecen diferenciadores igualitarios y nos forman en los grandes ejercitos uniformados, donde peleamos por una diferenciación inalcanzable.
El consumo privatizado ha tomado el relevo del consumo honorífico en un sistema en que el comprador está cada vez más informado y es cada vez más infiel, reflexivo y “estético”. Vamos por lo más barato, por la comodidad de los establecimientos de conveniencia, dejamos morir las tradiciones del barrio, de la comunidad a cambio de la llamada modernidad, hemos pasado del parque al mall, del café entre amigos a Facebook, del chisme de boca en boca al twitter, seguimos siendo gregarios, pero ahora, gracias a la tecnologia, somos gregarios virtuales, controlables y manuipulables por los gobiernos y los grandes distribuidores de información que se empeñan en convencernos de que eso es información, es cultura, es conocimiento.
Poco a poco , el espíritu de consumo ha conseguido infiltrarse hasta en las relaciones con la familia y la religion, con la política y el sindicalismo, con la cultura y el tiempo disponible. Es como si, desde este momento, el consumo funcionara como un imperio sin tiempos muertos y contornos infinitos.
De ahí la condición profundamente paradógica del tecno-consumidor. De un lado se afirma como “consumactor”[1], informado y “libre”, que ve ampliarse su abanico de opciones, que consulta portales y comparadores de costos, aprovecha las ocasiones de comprar barato, se preocupa por optimizar las relaciones  calidad-precio.
Curioso desenlace para el individualismo proclamado este inevitable conformismo. Curiosa sociedad de la del conocimiento que sacrifica las enseñanzas de la historia y la geografía en beneficio del pensamiento correcto, uniforme y sin oposición, léase "Lo políticamente correcto". En definitiva, de lo que se trata no es tanto de reescribir y conformizar la historia como de prohibirla, y todo para que el movimiento de los pueblos, el juego de los intereses legítimos y de las diferencias irreductibles no vuelva a poner en marcha la historia que conduciría al despertar de las identidades colectivas y al deseo de comprender y jugar para actuar.
Ahora la historia se lee y se publica en pequeñas fichas, con aficionados cuyas fuentes de informacion son los mismos textos que circulan en la red, muchas veces sin fundamento, con fuentes de informacion dudosas, incompletas, sin un marco teórico que las avale y donde la solidés de los datos esta dada por la cantidad de clicks de “me gusta”. Historiadores, cientificos, filósofos, escritores, gurús, guías empresariales fast track, todos a la distancia de un click y la profundidad y certeza de un charco durante la primera lluvia de verano. Ahora, tiene más valor la wikipedia que Herodoto.
A fines del siglo pasado ya se hablaba de una sociedad  basada en la “revolución” de las tecnologias de la información y las comunicaciones, anunciaban el advenimiento de una sociedad de nuevo cuño; la sociedad de las redes y el capitalismo informático, que ocuparía el lugar del capitalismo de consumo (Lipovetsky, 2011).
Sin calcular el abismo de irrealidad en que arroja a sus víctimas, condicionados a preferir el mundo de su pantalla , a no conocer ya más exterioridad que lo virtual y el tiempo que necesitarán  para volver al mundo real, ese en el que se exacerban  las diferencias, ese en que el odio , el resentimiento y la violencia desempeñan el papel que siempre ha sido suyo, ese mundo de los renacimientos fecundos y de los nuevos comienzos radiantes.
Lo que está en marcha en el universo de los bienes materiales lo está también en la esfera de los servicios, como lo testifica el aumento de las politicas de segmentación de tarifas en los transportes o las telecomunicaciones, la multiplicación de las cadenas de televisión, la de edición de libros a la carta. Libros que está por demás objetar, basta con fijarse en la lista de autores y de temas para darse cuenta a dónde nos esta llevando esta nueva “culturización” de lo superfluo, de lo baladí, lo inútil, en nombre de la virtualización de la cultura en general, y de las humanidades y la literatura en lo particular.
La regla es cada vez más el pluriequipamiento que, en pocas palabras, ha generado prácticas de consumo más individualizadas y pautas de comportamiento basadas en el fast track.
El tecno-consumidor ya no está sólo deseoso de bienestar material: aparece como demandante exponencial de confort psquico, de armonía interior y plenitud subjetiva y de ello dan fe el florecimiento de las técnicas derivadas del desarrollo personal y el éxito de las doctrinas orientales, las nuevas espiritualidades, las las guías de la felicidad y la sabiduria. El materialismo de la primera sociedad del consumo ha pasado de moda: actualmente asistimos a la expansión del mercado del alma y su transformación del equilibrio y la autoestíma, mientras proliferan las farmacopeas y las filosofías de la felicidad. Todo, gracias a las bondades del internet.
El modelo aristocrático, que que caracterizaba los primeros tiempos de la moda, por ejemplo, se tambalea minado por razones hedonistas. Se extiende entonces a todas las capas sociales el gusto por las novedades, la promoción de lo superfluo y lo frívolo, el culto al desarrollo personal y al bienestar, suma y compendio de la ideología individualista hedonista.
La cuestión de la felicidad interios vuelve a estar “sobre la mesa”, convirtiéndose en un segmento comercial, en un objeto de marketing que el tecno-consumidor quiere tener a mano, sin esfuerzo, enseguida y por todos los medios.
Eso pasa, por ejemplo, con los libros de filosofías de  la felicidad, del éxito rápido, del pensamiento oriental occidentalizado y endulcorado de venta previsiblemente aseguradas que responden a preocupaciones personales y proponen recetas para alcanzar la felicidad. No es la pasión por el pensamiento lo que triunfa, sino la demanda de saberes y de informaciones inmediatamente operacionales.
Ya desde los años ochenta y sobre todo en los noventa apareció un resentimiento de segunda generación, sostenido por la globalización neoliberal y la revolución de las tecnologías de la informacion. Estas dos series de fenómenos se combinaron para “comprimir el tiempo-espacio”, para sobre exitar la lógica del tiempo breve. Por un lado, los medios electronicos e informáticos posibilitaron  las informaciones e intercambios en “tiempo real”, creando una sensación de simultaniedad e inmediatez que devalúa de manera creciente las formas de la espera y la lentitud.
De ahí que en todas las organizaciones, las expresiones clave son flexibilidad, rentabilidad, “justo a tiempo”, “cronocompetencia”, demora cero: orientaciones que dan testimonio de una modernización exasperada que vuelve a encerrar el tiempo en una lógica de urgencia y que han permeado en la sociedad, principalmente entre los jovenes que viven una realidad turboacelerada y consolidada a través de los dispositivos electrónicos y sus gadgets. Aunque la sociedad neoliberal e informatizada no ha creado la fiebre del presente, no hay duda de que la ha llevado a su apogeo transtornando las jerarquias temporales, intensificando sus deseos de liberarse de las coacciones del espacio-tiempo.
Y esto está relacionado con que, desde hace tiempo, la sociedad de consumo se anuncia bajo el signo del exceso de la profusión de las mercancías. La galaxia de internet y su diluvio de montañas digitales, millones de sitios, miles de millones de páginas y de caracteres que se multiplican  por dos cada año, mientras al mismo tiempo los estados utilizan millones de cámaras y medios electrónicos de vigilancia e identificación de los ciudadanos; para sustituir a la antigua sociedad disciplinario-totalitario, ya está en marcha la sociedad de la hipervigilancia del estado, el Big Brother, esta más vigente que nunca.
La cultura de la eficacia generalizada e ilimitada, ha invadido ya todo el planeta, no sólo universalizando el uso de las máquinas, sino también llevando a todas las culturas un estilo de vida, un modo de pensar, una forma de organizar el trabajo, la produccion, la educación. Ya no es posible otra orientación que la de la tecnificación exponencial, la utilzación óptima de los medios, la espiral de la alta tecnología. El sistema-técnica creado por occidente se impone en todo el mundo como un imperativo absoluto, el camino más sencillo para el desarrollo y la construcción del futuro.
Y para remediar los desaguisados de la técnica desenfrenada, sigue siendo la misma técnica la que se moviliza para construir un ecodesarrollo sostenible . La técnica no es ya una simple parte de la civilización, es la lógica organizadora de nuestras culturas y de todas las dimensiones de la vida, sea económica o social, cultural o individual. La técnica es más que la técnica: entraña una forma de ser y de pensar, que reestructura y reorienta todas las culturas del mundo. El universo de la técnica va mucho más allá del de las máquinas; se presenta como el lenguaje universal de la eficacia y como la utilería intelectual y cultural que posibilita el empleo de las técnicas.


[1] Tras el inicio de la década del 2000, asistimos a una nueva forma de hacer marketing. Importada de Estados Unidos, esta tendencia llamada marketing colaborativo o marketing participativo tiene por objetivo hacer que los consumidores participen activamente en la comunicación, el desarrollo o la promoción de una marca o producto. Hemos pasado de un marketing del producto a un marketing del consumidor. En: http://company.trnd.com/es/prensa/cobertura-de-medios/marketing-colaborativo-auge-consumactor

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