Palabra de lector 52
Desde el siglo XV hasta mediados del siglo XVIII, la búsqueda geográfica del paraíso, del jardín del Edén, tuvo su pináculo y su fin.
Principalmente, los exploradores de los siglos XV y XVI veían en cada isla, en cada playa, la entrada al reino de la inmortalidad, de la eterna juventud, de las inmensas riquezas. De ahí el bautizo de lugares como la Florida, la California, el Dorado y demás “reinos” exuberantes, pero no mágicos.
Las utopías del renacimiento, así llamadas y de las cuales el mismísimo almirante de la mar océano fue uno de sus principales impulsores, fueron acotando la posibilidad de la existencia de ese espacio sagrado y único, que siempre se encontraba en el próximo lugar, la próxima isla, en un rincón del oriente.
La idea del paraíso que ha fascinado desde la antigüedad a los creyentes judeo-cristianos, pasa por todo tipo de explicaciones e interpretaciones. Desde su localización en la luna o en unas altísimas e inalcanzables montañas, hasta la isla de Jamaica o en interior del alma humana. De hecho, a lo largo de muchos siglos, primero los judíos y después los cristianos, con sus muy contadas excepciones, no dudan del carácter histórico del relato del Génesis.
Caso aparte, pero no ajeno es la idea de sus habitantes, de los inquilinos de ese Jardín de las delicias, misma que desató una larga y extensa discusión entre los teólogos de todos los tiempos, yendo de la seriedad académica y dogmática hasta las ideas new age que luego surgen por ahí, producto de la ignorancia y la moda.
En esta ocasión, nos referimos al primer tomo de la trilogía: Historia del paraíso, el Jardín de las delicias, escrito magistralmente por el historiador Jean Delumeau.
Con un análisis profundo y paso a paso sobre la evolución de esta idea, el autor pasa revista sobre cómo fue evolucionando la imagen del Jardín del Edén. De esta manera, nos dice que es hacia la época del cautiverio en Babilonia (alrededor del siglo VI antes de nuestra era) que los elementos constitutivos de este paraíso –ojo, terrenal-bíblico– ya se encontraban presentes. De hecho, apunta que la palabra persa apiri-daeza describía un vergel rodeado por un muro y que, en hebreo antiguo, se adoptó bajo la forma de pardes. Después, los setenta lo tradujeron por paradeisos, tomando pardez y el término hebreo para jardín, gan.
Más adelante, continúa el autor, los escritores cristianos que en un principio rechazaran los mitos de la edad de oro, entre ellos el de las islas afortunadas (asociados al jardín del Edén), a partir del siglo II de esta era los fueron cristianizando progresivamente.
El argumento era que, según Tertuliano (+ 222), la doctrina bíblica era más antigua que la cultura pagana y que éstos, los paganos, habían rendido culto al dios de Moisés sin saberlo.
No entraremos aquí en los numerosos detalles que rodean a esta fascinante idea de las religiones judeo-cristianas, pues el autor hablar de la flora y la fauna, el famoso muro y su defensa, los cuatro ríos que ahí nacen y su ubicación en el mundo real, así como sus interpretaciones y, evidentemente, le dedica una buena parte del texto a sus habitantes y los posibles futuros si aquel par no hubieran sucumbido a la tentación.
La historia del paraíso resulta, en resumen, una interesante y fascinante experiencia no sólo como parte de la historia comparada de las religiones y la misma historia sobre las ideas de las utopías, sino como una excelente guía de cómo también el pensamiento religioso (el cristianismo) se ha transformado a lo largo de los siglos.
Un texto fundamental y magistralmente escrito. Ampliamente recomendable.
Delumeau, Jean, Historia del Paraíso, 1. El jardín de las delicias, Taurus, España, 447 p.p., 2005. Traducción de Sergio Ugalde Quintana. Colección: Taurus minor.
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