En 1867 se debatió ampliamente el anuncio de un viaje multitudinario a Europa, Medio Oriente y tierra Santa, protagonizado por un grupo de norteamericanos de muy diversas profesiones, edades y orígenes.
Para el estadunidense medio, ese evento significaba una expedición nunca antes vista. De tal manera que el hecho, más su amplia difusión a través de la prensa, mantuvo alborotados a gran parte de los habitantes de aquel país.
Si esto no fuera suficiente, entre los elegidos a tal aventura se encontraba Samuel Langhorne Clemens, reconocido periodista, cuya tarea era elaborar artículos de opinión y relatos humorísticos, muy en la vena del norteamericano de finales del siglo XIX, orgulloso del poder de su nación y medidor del hombre a través de la vara de su modernidad. Actitud que se verá ampliamente constatada a lo largo del libro que hoy nos ocupa.
Así, el señor Langhorne nos narra a través del libro Guía para viajeros inocentes, las peripecias de estos turistas escépticos, quienes vienen a descubrir que existe un mundo más allá de sus fronteras y que, evidentemente, no es en nada parecido a lo que están acostumbrados.
Primero llaman extranjeros y describen como retrasados, aborígenes (en términos despectivos), subdesarrollados, primitivos e ignorantes, a los habitantes de los diferentes países que visitan, con excepción de Francia, en aquel momento, una de las máximas potencias mundiales. Así, el señor Langhorne nos enseña cuál era la idea del mundo que tenían los habitantes de un país en plena expansión capitalista. Su visión del arte, de la historia (con excepción de la tierra Santa) nos habla mucho de la cultura media y las ideas del norteamericano imperialista en ciernes.
Nadie puede poner en duda lo ameno y divertido que resulta este diario, de su chispa de ironía y desenfado con que está escrita la obra. Sin embargo… ahí debajo, en el fondo, hay un sustrato maloliente de racismo y desprecio hacia el resto de la humanidad.
Sabemos que el autor es una de las plumas más grandes de la literatura mundial. Pero ahí mismo, en ellas, hay un no sé qué, que incomoda, pero en fin, a los monstruos sagrados hay que rendirles pleitesía.
Sólo tomaremos un pequeño párrafo de muestra: “En los demás lugares hemos encontrado cosas de aspecto extranjero y personas de aspecto extranjero, pero siempre con cosas y personas intercaladas que ya nos resultan familiares, por lo que la novedad de la situación perdía buena parte de su fuerza. Queríamos algo total e inquebrantablemente extranjero: extranjero de los pies a la cabeza, extranjero desde el centro a la circunferencia, extranjero dentro, fuera y por todas partes, que nada en ningún sitio pudiese diluir su rareza, que nada nos recordase a otras gentes u otra tierra bajo el sol. ¡Y hete aquí que en Tánger lo hemos encontrado!”. Firma: Mark Twain.
Así es, se trata de un texto enormemente divertido, ameno y gracioso. Pero al menos a este lector le dio una gran lección: debajo del gran relumbrón, puede haber mucha mierda.
Servidos.
Twain Mark, Guía para viajeros inocentes, 3ra. Edición, Ediciones del Viento, México, 622 pp., 2013. Traducción de Susana carral Martínez. Colección: Viento Simún 48.
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