miércoles, 7 de noviembre de 2018

La guerra de las mujeres


Palabra de lector 57
En 1643, cuando Luis XIV era un niño, murió su padre el rey. En su testamento, Luis XIII –conociendo a su esposa– hizo todo lo posible para limitar el poder de regente que sabía que Ana heredaría tras su desaparición. De esta manera dispuso un Consejo de Regencia, que sería el encargado de ejercer el poder de facto. dejando a un lado a la legítima regente.
Pero Ana de Austria fue más rápida y logró la anulación del testamento de su marido. Con el apoyo del Parlamento y de los principales príncipes de la nobleza afín a su partido, despidió a todos los ministros nombrados por Luis XIII, menos al ya lamentablemente famoso cardenal Giulio Mazarino, heredero de otro no menos truculento, Richelieu.
La reina y su principal consejero, el cardenal, tuvieron que hacer frente a un movimiento revolucionario de descontentos conocido como la Fronda. Una serie de levantamientos contra el poder absolutista y el veloz ascenso de Mazarino sumieron a Francia en el caos, de 1648 a 1653. El país terminó aceptando el poder absolutista de Luis XIV, nombrado rey en 1651.
La Fronda nació a causa del descontento general. Sus inicios se fundamentaron en la crisis económica y en los medios utilizados por la monarquía para elevar los impuestos para hacer frente a la Guerra de los Treinta Años. Con la llegada de la regencia se esperaba una rebaja de las tasas, pero no fue así: el Cardenal Mazarino creyó que Francia podía soportar la guerra y no aflojó la presión.
A partir de ese momento, la Fronda se convirtió en una lucha de intrigas, una puja por el poder y el control, sin llegar a una guerra declarada, aunque igualmente sin rastros del sentido constitucional.
Los líderes eran príncipes descontentos y nobles. El Parlamento de París –ciudad de carácter rebelde, fácilmente inflamable, que vivía de rentas y estaba dominada por las corporaciones– libró una auténtica batalla con la regencia a propósito de los impuestos. Ejerció, con frecuencia, su derecho de reconvención, esperando en vano modificar la política del reino.
Éste es el entorno sobre el cual la magistral pluma de Alexandre Dumas escribe la novela de lances románticos, de capa y espada, llamada La guerra de las mujeres.
Corolario a otra obra no menos entretenida como lo es El visconde de Bragelonne (que a su vez es la continuación de la saga de 20 años después), la novela realmente se enfoca en una guerra sórdida, sin cuartel, pero con toda la etiqueta que prevalecía en la Francia del absolutismo.
Aquí, la mezcla de personajes y hechos reales con la ficción se entrelazan de manera magistral y nos permiten vislumbrar cuál era la idea que tenía el famoso escritor sobre aquel periodo de la historia de Francia.
En la obra se entretejen las disputas políticas, los lances caballerescos y las relaciones amorosas. Y como se dijo más arriba, las protagonistas son las diferentes damas que no dudan en anteponer el sacrificio, el odio, las pasiones y el amor al servicio de la política palaciega y el futuro del reino francés.
La técnica narrativa de Dumas se sostiene sobre los hilos históricos a los que acomoda el oficio novelesco de unas aventuras que siempre mantienen el ritmo de la rapidez y el suspenso.
Capaz de interesar y enseñar al mismo tiempo, esta leyenda de mosqueteras belicosas y estrategas políticas es, por derecho propio, una de las piezas más delicadas que sustentan el prestigio del novelista francés más leído de la historia.
Que se diviertan. ¡En garde!
Dumas, Alexandre, La guerra de las mujeres, Ediciones Siruela, España, 618 pp., 2009. Traducción y edición de Mauro Armiño. Colección: Libros del tiempo, 282.

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