Superficiales
Nos la vendieron como la panacea del nuevo siglo; nos dijeron que seríamos más inteligentes; que manejaríamos más información; que podríamos hacer varias tareas al mismo tiempo mientras navegábamos; que no habría límites en la cantidad de información al alcance de nuestros dedos; que seríamos una gran aldea global; que todos, hasta los tontos tendrían su pedacito de sabiduría. Cierto, todo ello es cierto, pero como en todo, no nos dejaron ver la letra chiquita, ni tampoco nos advirtieron sobre cuánto costaría.Al parecer el costo ya es muy alto. Nos hemos convertido en sabios de la superficialidad, con masas enormes de sabios de la cultura de lo inútil, con filósofos de pacotilla, de consumidores de psicologías fast track y, tal vez lo más grave: de buzos de las profundidades del conocimiento hemos pasado a conductores de motos acuáticas de una inmensa superficialidad.
Eso es lo que advierte Nicholas Carr, escritor norteamericano que viene a poner los puntos sobre las íes. Con ejemplos prácticos nos muestra lo que en su momento ya alertaban otros como Giles Lipovetsky, en su muy amplia obra sobre la moda y los tiempos del consumismo hiperirracional y el hedonismo egoísta.
Somos los ignorantes ilustrados, los que creemos que la validez de una información depende de su ranking en los motores de búsqueda, sin pensar que cada vez que otorgamos un click lo encaramamos un escalon más sobre los “otros”. Aquí es donde el valor del contenido ya no es por la aportación de su autor, sino por la popularidad que detenta en el buscador de google o bing. En estos tiempos tiene más peso el contenido de Wikipedia, por ejemplo, que la obra de Herodoto.
Somos los esclavos de un círculo vicioso controlado por las empresas de internet, adictos a las distracciones de las páginas que consultamos, en las que creemos a pie juntillas y valoramos por la cantidad de enlaces-distractores que contienen. En resumen, el libro Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? es una advertencia sobre lo que hemos ganado a un alto costo frente a lo que hemos perdido de manera irremediable.
En el texto, el autor recurre a los estudios de la mente humana para explicar, desde las bases, los mecanismos que llevado a la transformación de la mente humana y cómo nos hemos convertido en otros, más informados pero menos creativos.
En tan solo veinte años –desde que Tim Berners-Lee escribiera el código para la World Wide Web– dice el autor, la Web es hoy el medio de comunicación e información preferido de la sociedad. La magnitud de su uso no tiene precedentes, ni siquiera en los estándares de los medios de comunicación de masas del siglo XX, y el ámbito de su influencia es igualmente amplio. Por eleccion o necesidad, hemos abrazado su modo característicamente instantáneo de recopilar y dispersar información; hemos cambiado la inmediatez, la instanteanidad tan cara para los jóvenes de la actualidad, a costa de la reflexión profunda, de la contemplación, del proceso mental que lleva a la creación.
Una vez que nuestras mentes se colocan en este rompecabezas que es el contenido Web, las empresas mediáticas se adaptan a las nuevas expectativas de su público. Muchos productores están acortando sus contenidos para aumentar la atención del público, cada vez más reducida lo cual caracteriza a los consumidores en línea; así como para mejorar su clasificación en los motores de búsqueda.
You tube y otros servicios distribuyen fragmentos de televisión y cine. Extractos de programas de radio se ofrecen como podcast. Artículos de revistas y periódicos individualizados circulan por la red. Se muestran páginas de libros a través de Amazon.com. Los álbumes de música se diseccionan para verder las canciones individualmente a través de iTunes; incluso éstas se dividen en trozos para incrustarlos en los teléfonos móviles. Hay mucho que decir sobre lo que los economistas llaman “separacion” de los contenidos. Todo ello proporcionará a la gente más opciones y las liberará de compras no deseadas, pero también ilustra y refuerza los cambiantes patrones de consumo de información que promueve la Web. Y como dice el economista Tyler Cowen: “cuando el acceso a la información es fácil, tendemos a favorecer lo breve, lo lindo, lo deshilvanado.”
En conclusión, citando a diversos estudios, el autor afirma que los usuarios multitareas de internet son pasto de la irrelevancia, cualquier cosa los distrae. Al realizar simultáneamente varias tareas online (y es así como está diseñada la Web), entrenamos nuestros cerebros para que presten atención a tonterías.
La web impone más presión a nuestra memoria de trabajo, no sólo desviando recursos de nuestras facultades de razonamiento superior, sino también obstruyendo la consolidación de la memoria y el desarrollo de esquemas a largo plazo; dejamos en manos de las bases de datos la tarea de recordar, desde una ruta en un mapa, hasta la fecha de tal o cual hecho. La Web pues es una tecnología del olvido. Por último, dice Carr: “cuanto más inteligente sea la computadora, más tonto será el usuario”.
Yo creo que hoy somos otros, aunque a mí en lo particular no me gusta ese “otros”. En fin, la tecnología es alienante pero la hemos hecho necesaria e imprescindible; hay que pagar ese peaje. En tanto, yo sigo prefiriendo un buen libro. Si lee el texto de Nicholas Carr, entenderá cabalmente porqué lo digo.
Carr, Nicholas, Superficiales, ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? México, Taurus, 340 pp., 2011. Traducción de Pedro Cifuentes, Colección Pensamiento.
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